"Siempre caminé a patadas" de María Isabel Méndez Martínez

17.09.2020

Siempre caminé a patadas. Mis pies buscan de forma instintiva algo que patear: latas, plásticos, guijarros... todo lo que se cruce en mi camino, incluso aquello que me invite a desviarme.

Mi mirada tiende al suelo, nunca se me escapa un papel arrugado que pueda ser leído -algunas de esas lecturas me han enseñado más que muchos libros-, una piedra parcialmente brillante o un guante perdido y solitario.

Confío en mi mirada periférica que me permite llegar a casa o al trabajo, sin tropezar y sin la necesidad de levantar la mirada del suelo. Mi recorrido es mi compañero, un fiel aliado que solo me da sorpresas en forma de hallazgos.
Generalmente me basta con mirar y patear, pero algunas veces me agacho a recoger el objeto para mirarlo de cerca, especialmente si es brillante... podría ser una moneda o incluso una joya, aunque la mayoría de las veces resulta ser un escupitajo brillante bajo el sol, o un trozo de botella rota que alguna vez ha llegado a herirme. Sin embargo, qué luz y belleza puede llegar a desprender ese misterio.

Aquel día lo que encontré tenía un cierto volumen y se encontraba en un rincón discreto. Era un sobre doblado que parecía contener muchos papeles casi prensados. Lo recogí notando una superficie limpia y calculé el peso. Al abrir el sobre vi los colores apagados del dinero y estimé sin llegar a contarlo, que contendría más de mil euros en billetes. Un dinero aún rígido que parecía estar recién fabricado.

Volví a dejar el sobre en el suelo para darle una patada certera, esta vez debía marcar un gol, no bastaba con apartar de mi camino el hallazgo. Me concentré, medí distancias y pateé con toda la sabiduría de mi experiencia. Seguí con mi mirada la trayectoria y comprobé orgulloso que marqué gol. El sombrero del mendigo tembló ante la inesperada limosna voladora. Reaccionó en menos de medio minuto, el sobre pasó a su bolsillo sin ni siquiera ser abierto, buscó mi mirada y sonrió.