"Sacrificio", de Carlos Deocón Bononat

07.06.2019

Observo cómo tu cuerpo se va transformando. Al pie de la cama monto guardia, anoto cada detalle, registro la más mínima variación en la piel, el pelo, la temperatura; si hay erupciones, pérdidas, alteración de tejidos; cómo cambian tus ojos, la rigidez progresiva.

Me digo una y otra vez que es por una buena causa, que lo hago por un bien superior. Pienso en lo que todo esto significa y me quedo petrificado, atónito al ponderar lo que estamos haciendo. Dejo de observar y mi vista atraviesa la pared.

Entonces me dices que regrese, que me concentre: nada de esto podía ser evitado, sé lo que estamos haciendo, hay que seguir adelante. No es momento de sentimentalismos, no podemos aflojar ahora. ¿De qué serviría entonces este sacrificio?

Yo te miro y comprendo que pronto no estarás más conmigo. ¿Qué será de tus hijos, de tu esposa? Deja el dolor de mi ausencia para cuando no esté. Aún sigo aquí. Hay trabajo que hacer.
Pero esto que hay postrado en el lecho ¿eres tú? ¿Estás aquí todavía? Sin duda tu voluntad hace presencia, pero eso ¿no es reverberación de lo que decidiste antaño? ¡Si apenas puedes mover los labios! Ni controlas el temblor de tus manos, y se te está cayendo la piel a jirones. 

Entonces, ¿no será esa consciencia la estela de tu voluntad de hierro, que ya no está aquí? ¿Qué clase de libertad es ésa? ¿Quién eres hoy? ¿Qué harías si no fueras todavía aquel otro?

¡Ecce homo!, musitas mirándome de reojo, aferrando las sábanas involuntariamente. Regreso de mi aprensión y anoto que la fiebre ha subido, que las convulsiones son cada vez más frecuentes y que el ritmo cardiaco se acelera, se acelera peligrosamente. 

Ya no hay marcha atrás. Solo podemos seguir adelante. Solo la victoria es posible, llegas a decir.
Y sé que piensas en los beneficios que esta entrega tendrá en todos los enfermos, en el bienestar general y en la historia de la ciencia. Pero no puedo dejar de sentirme cómplice de una vanidad suicida, de un deseo caótico. Sé que te estoy viendo saltar, incluso pienso que mía es la mano con que el destino empuja tu cuerpo al vacío. Tu cuerpo cae, pero tu alma se me antoja que hace tiempo se ha marchado.

Anoto este comentario críptico, pero evidente a mi juicio, y luego indico la hora de tu defunción. Cierro tus ojos y me entrego al juzgado de mi conciencia, que ya me había condenado cinco meses antes.

Pero aún me parece escuchar cómo reprochas, eficiente y magnífico, esa forma de presunción en que consisten mis escrúpulos, esa sensiblería que tanto detestabas.

(Imágen:
Autor, Manuel López-Villaseñor. Museo MLV. Ciudad Real)