"Bruma", de Germán Faure

24.05.2019

Le duelen los ojos al pestañear, los refriega confusa y desencaja la mandíbula en un bostezo. No recuerda con exactitud por qué se había ido a dormir angustiada. Un recuerdo próximo la mantiene incomoda. Dicen que es bueno estar incómodo. Mira el techo y piensa en peluches, los suyos que la miran apilados en una silla; rosa, su color favorito. Bosteza nuevamente y cae dormida unos segundos, profundo, su padre le habla, solo le reconoce la boca y se sacude.

Despierta, las sombras cambiaron de lugar. La garganta arenosa se rasga por la sed insoportable. Estira la mano pero no encuentra el vaso. Lo busca en el piso, atrás de la lámpara, despacio para no llevárselo puesto y que se rompa. Luego la sorprende el recuero de querer huir, alejarse de algo. Había apagado la tele llorando y dejándolo con la palabra en la boca. La voz de su madre llegaba ahogada y le decía a Julián - Déjala en paz, ya se le va a pasar - se acuerda del tono severo, del consejo y el acierto. Ella siempre acierta.

La sed es insoportable. La obliga a levantarse. Aprieta la remera al cuerpo y camina apurada. Los pies hacen ruido contra la loza. Mira la noche por la ventana, le asusta la oscuridad. Cruza el pasillo, mira disimuladamente hacia la habitación de sus padres y sigue hacia el oasis. Silencio. La gata abre un solo ojo y gira para que la luz de la cocina no la moleste. El vaso se llena paciente. Espera disfrutando el ronroneo de la canilla. Unos papeles sobre la mesada le recuerdan al colegio y piensa en sus amigas, en la fiesta y en Joaquín. Me gusta tanto. De pronto, cuando el vaso se rebalsa, piensa en el abuelo, por lo frío y lo muerto; y en la pileta de sus primos. El frío le trae la noticia del viaje nuevamente. El avión, un incendio y el odio repentino. El desvelo le aflora con una sensación asquerosa de traición. ¿Por qué me tengo que quedar acá y quererlo? La despedida, lo incómodo, la angustia presentándose como un tren de lucidez desmedida. Una voz interior la sacude. Apoya el vaso en la mesada. Emprolija los papeles distraída. Mira la gata que duerme, hacia la noche tras la ventana y el reflejo fantasmal de su persona en el vidrio y piensa en las pocas posibilidades de que su padre fuera eso, un fantasma. Las distancias, los deseos de cada uno; ¿Cuando ocurre que los sueños son justos? Vuelve tras sus pasos. No tiene sueño, se esfumó. Cuenta once pasos hasta la puerta de la pieza de sus padres. Pega la oreja y es su madre la que la escucha respondiendo a sus instintos. Jamás duerme del todo.

- Vení, Carli. mi amor, pasa - y escucha cómo lo llama a su padre y se sobresalta.

Abre la puerta despacio y se para justo en el medio de la pieza. A medida que sus padres se sientan sobre la cama, Carla lo mira a él, y con un hilo de voz firme le dice que la va a tener que llamar todos los días. No importa si es muy de noche, o temprano, llueve, hay un terremoto o lo que sea, quiero que me llames todos los días, ¿me escuchaste?. Escurre algunas lágrimas que se deslizan por sobre su mejilla blanca y la comisura del labio. Da media vuelta y vuelve a su pieza.