"Retrato sonoro" de Naiara Herrero Larrumbide

08.11.2020

De buena mañana, cuando aún no ha empezado siquiera el sol a calentar, y la persiana del bar de abajo despierta estrepitosa a los vecinos, se levanta, o mejor dicho, lo levantan. Entre quejidos y protestas saca un paquete de ducados negro, busca el mechero y mientras sacude el paquete contando el botín se encuentra con una mirada reprendedora. Agacha la cabeza, al igual que Toni, y salen los dos juntos y perezosos a la escueta terraza. Por el pasillo, caminan a la par, uno desnudo y el otro con calzón holgado y camiseta imperio. Uno menea el trasero, el otro se lo rasca. Son pequeños, mayores, con mirada resabiada y nariz prominente, negra uno y el otro, morada.

El cigarro se consumirá en sus dedos arrugados entre calada y calada mientras poco a poco va despertándose. Toni aguarda a su lado con la cabeza inclinada y un leve y constante gruñido instalado en la garganta. Ya está, una última calada y... ya. Espachurra el filtro contra un cenicero metálico, rugoso por el uso y la falta de limpieza, recuerdo de una boda de alguien que ya ni se acuerda. Se yergue, coge impulso y como si un coche viejo se hubiera apoderado de sus entrañas, saca a la fiera que lleva dentro.

Desde mi cocina, oigo el concierto de gargajos, gruñidos, toses y rebuznos acompañando el café recién hecho y las tostadas de pan con tomate.

Del esputo mañanero pasamos a los cánticos de la tierra. La voz, perfectamente colocada, a la altura exacta de la nariz. Aguda y nasal, como la de un dibujo animado... como un chiste mal contado. Canta un par de estrofas y baila con Toni en los dos metros cuadrados de terraza. De acompañamiento a la balada les sirven un llanto de bebé, unas canicas poseídas por Sísifo y el arrullo de la bronca de su señora, que muy dulcemente le dice que se deje de hostias y baje al perro de una puta vez.