"Desgajado de su carne" de Alexis López Vidal

08.09.2021

Ha guardado el secreto con el celo de un confesor evadido del mundo en un cenobio, amparando en la lengua la putridez de la pulpa tal y como le fue revelada. Ahora es vieja y se tropieza con la urgencia por echarlo de su boca a cada paso. Porque la verdad silenciada no solo descompone su carne sino que planta su simiente turbia en el tuétano de quien calla. Y sus raíces son profundas y nunca se sacian y acaban por desecar el alma.

Afuera, sobre el asfalto húmedo por la llovizna breve, los faros de un utilitario pintan un camino de luz titilante que acaba en su misma puerta. Un heraldo, de la antigua congoja por tomar la mano inerte de un padre y escupir un panegírico apretando los dientes, la reclama tras el vidrio perlado en el que solo se intuye su silueta. Como la presencia ominosa en el esfumado de Caravaggio.

Va a dejar que entre. Lo permitirá porque es vieja, porque la verdad es un tizón atravesado en su garganta y de nada sirve huir cojeando a causa del hueso tronzado por el reconcomio.

Le mirará a los ojos hendiéndose las uñas en el muslo. Se afanará en mantenerse erguida aunque le tiemblen las rodillas como a un lebrel hambriento, para acabar por quebrarse en un llanto que desagua apenas, con la levedad torpe de unos ojos deshabituados. Recorrerá todos y cada uno de los rincones familiares que se descubren en el recién llegado, a pesar de la neblina en su pupila, a pesar de que sean tantos como los que alberga un continente desgajado de su carne.

Confesará para tentar siquiera la fugacidad del sosiego tras la revelación terrible. Quizá solo por eso y por escuchar la lluvia en el exterior con un sentido resignificado. Le dirá que quiso arrancarlo, a él, de sus entrañas y que no le alcanzaron las fuerzas para hacerlo. Que eligió parirlo con un adiós terciado en los labios. Y con todo, pese al pretil agrietado que se vence con la galerna de sinceridad desatada, entreverá su incapacidad para revelarle, a él o a cualquiera, la descarnada ignominia de su nacimiento. Callará que el Licaón perverso que lo engendró en su seno, mancillando la inocencia de su dormitorio, también la arrulló a ella entre sus brazos.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)