"Quijotes del siglo XXI", de Alejandro Manzanares Durán

02.06.2019

Sus ojos brillan en un postrero intento de captar la luz de la vida y se iluminan cuando habla de una forma tan vehemente, narrando aquello que le viene a su maltrecha memoria otrora brillante y ahora secuestrada por el verdugo más implacable que llena de lagunas su cerebro, "pinchazos de la avispa del Alzheimer", como él los llama. Entonces sus pupilas se crispan, la mirada se fija en el limbo y durante un segundo, que para él puede parecer eterno, calla y busca la salida a su fluida y erudita conversación; no le resulta fácil encontrar un receptor vivamente interesado en sus relatos, para la mayor parte de la gente no dejará de ser un viejo chiflado más.

Desde la mesa de comercial en la que trabajo, entre coches de exposición a la que él acababa de entrar y por motivos que aún no logro entender, le escuchaba al principio por educación y respeto, pero luego su personalidad me atrajo y envolvió de pleno, mantenía mi interés y me hacía partícipe sutilmente con preguntas de examen de mis conocimientos sobre el tema que tocaba en ese momento, como cuando el maestro te da pistas para encontrar la solución mientras te anima con la mirada y el gesto, y cuando le das la respuesta correcta, la recibe con algarabía y satisfacción... Reconozco que hubiera estado oyéndole durante horas absorto y entusiasmado empapándome de sus vivencias y enseñanzas. 

Con una educación y respeto exquisitos, me transportó a su mundo sesenta años atrás de hombres eminentes de alrededor de treinta, cuyos nombres solo recuerdo haber leído mientras estudiaba en el colegio y de alguno de ellos visto o estudiado sus últimos trabajos en publicaciones o documentales de televisión.

Su conversación gira de uno a otro tema sin permanecer en ninguno de ellos especialmente, surge según el último nombre o acontecimiento encadenado con el anterior y se vuelve a otro sin relación, todo dentro de un contexto sutil y lleno de facilidad de expresión sobre temas de amistad, profesionalidad o compañerismo, sin que en ningún momento se pueda atisbar falta de veracidad, es como vivir el momento narrado en persona junto a él en ese mismo lugar y situación, tal es su ánimo y fuerza de expresión que no deja el menor atisbo de duda o falsedad.

A medida que transcurría el tiempo subía el tono de voz, se mofaba de sí mismo en según qué situaciones de las que me narraba: ¿Usted sabe reír con la u?, no, le contesté, ¡pruebe, practique!, se sentirá aliviado y enormemente satisfecho; a mí me enseñó un actor y no encuentro nada más confortable para según qué momentos... ¡JUJUJUJUjujujujujuJUJUJ JU!.

Mis compañeros de trabajo no cesaban de sonreír con evidentes gestos de complicidad entre ellos mientras señalaban hacia mi mesa.

Alto, espigado, enjuto, se presenta como un hombre de noventa y un años y seis meses, con sombrero de fieltro, porte elegante, enérgico, y educado en un ambiente familiar de clase alta de la posguerra, de elevado nivel de estudios, ex dirigente y profesor en el ramo médico militar de uno de los hospitales más famosos de Madrid, sus manos finas y hábiles así lo atestiguan. Solicita mi permiso para quitarse el sombrero que suavemente posa sobre la mesa dejando ver una cuidada y abundante cabellera blanca digna de un hombre de muchísima menos edad.

Manifiesta haber pasado un rato agradable y promete volver, pide perdón por sus elevadas expresiones y exaltaciones de tono al ser un lugar privado, se despide cortés y educadamente estrechando mi mano mientras se dirige decididamente hacia la salida sombrero en mano canturreando y silbando una ininteligible y seguramente inventada canción.

Inmediatamente vi reflejado a Don Quijote en su figura y ánimo, luchando contra sus molinos de viento, rufianes, caballeros negros, brujos y encantadores pugnando por salir de su cerebro a la búsqueda de un Sancho que los acoja y responda a su reto. A fe mía, que por unos minutos, lo encontró en mi persona.

¿Cuántos Quijotes víctimas de la soledad y el Alzheimer intentan sobrevivir en un mundo que les considera inútiles?. ¡Esos locos viejitos!. Si quisiéramos y supiéramos entenderles, aprenderíamos a conocernos mejor a nosotros mismos.