"Pesadilla", de Félix Carreira Viso

02.06.2019

El enésimo tañido del bronce reverberó por la ciclópea galería rebotando por las incólumes paredes de mármol, recordando el pesado y largo exhalar de un titán dormido tras un eón de lucha inagotable. La profunda vibración trepó por las piernas del gallardo paso del bravo que osaba recorrer la interminable galería. El paso siguió inmutable respondiendo con el taconeo de las botas al silencio entre tañidos.

La profunda soledad había cegado los cristales tintados de la galería que se extendía sin un final claro donde detener la miríada de arcos de punta ojivales y desembocar en un destino inexorable.
El coloso de bronce alcanzó su punto álgido y trazó un largo descenso arrollando el badajo indómito que arrancó un nuevo tañido verdoso desprendiéndose polvoriento por el olvido que todo lo envolvía.

Sin temor, el bizarro caminante siguió su empeño espada en mano, cubierto por el abrazo protector del acero. Cada paso lo alejaba más del pasado y lo sentenciaba al oscuro abismo que lo aguardaba. Pero la magia de aquel tañer se estrellaba contra la determinación férrea, era la mar escupiendo su espuma sobre una costa antigua e inamovible.

Un nuevo tañido rasgó el aire con más violencia que el anterior, el sonido, por un instante, cobró forma en volutas de polvo verdoso que languidecieron entre los brazos del terror inmortalizado en forma de piedra.

El siseo sibilino de la condena divina, con una caricia escamada, trazó un río en la suciedad que cubría el pulido mármol del suelo.

El resonar de las botas respondió con una tranquilidad inédita al tañido que cogía vuelo para lanzar su aliento de terror una vez más. Pero el corazón indómito crepitaba con el fuego de la ira y la razón yacía herida en un rincón oscuro.

La violencia del tañido creció un poco más, con ello el polvo tomó forma de oleaje y corrió por la galería inabarcable en busca de quien se negaba a sentir pavor por su grave ronquido.
Sin miedo ni piedad los pasos atravesaron la niebla verdosa del polvo, el viento del tañido y la eternidad de la galería.

Los ojos rasgados del destino funesto perforaron la oscuridad de la cámara sembrada de estatuas aterrorizadas vislumbrando la estoica figura que rompía la quietud de la desesperada soledad.ç
El coloso de bronce exhaló un último hálito de pánico hecho sonido que cayó como el rocío en la insondable cámara del terror.

El bravo se dirigió de viva voz a las tinieblas que lo rodeaban mientras una luz apagada y lechosa proyectaba su atlética figura como la sombra de un monolito. Pero el destino no responde ni a suplicas, ni a desafíos. Los ojos sagaces de la ira escrutaron la oscuridad y dispusieron el acero presto para la lucha.

La condenada por las divinidades había capeado esta tempestad en tantas ocasiones como estatuas temerosas decoraban el lugar. Así que hizo tañer su arco sin flechas hacia una eternidad.
La ira la miró a los ojos. Y ella, el destino, como si se tratase del abismo, devolvió la mirada. El bravo, bizarro y tozudo brazo de la ira alcanzó la eternidad en forma de piedra.