Permítame que le cuente

08.09.2020

Esto no es un relato participante en el Premio Café Español, sino sobre él.

Vivió 101 años. Juan Eduardo Zúñiga murió el 24 de febrero de 2020, en la frontera de la vida, en silencio como siempre. Hablábamos de él cuando cumplía los cien, pero probablemente su nombre no les diga mucho, porque él mismo se encargó de que fuera así durante todo un siglo, a pesar de los cuidados de su mujer y sus ánimos para que saliese del rincón oscuro.

Alguno decía de él, una vez muerto, que fue "escritor de escritores, apasionado eslavista y magistral autor de relatos, la dolorida evocación de los derrotados de la Guerra Civil articula su obra, la de un narrador secreto y de largos silencios".

Si, Eduardo Zúñiga fue eso que denominan cronista literario de la Guerra Civil. Encontró un motivo para refugiarse en la escritura y se convirtió en el gran maestro vivo del cuento español contemporáneo, a pesar del aislamiento político al que le sometieron, de los reproches literarios, de su rechazo a las consignas impuestas. Él partió de hechos para contarnos historias. Eso hacen los mejores cronistas, no acomplejarse ante la inmensidad de los datos, sino llegar a lo más profundo de las historias.

HISTORIAS PEQUEÑAS, MEMORIA GIGANTE

Un día antes de que Zúñiga cumpliese la centena presentamos el Premio Café Español por segunda vez recorriendo del sur al norte de España, rompiendo el muro de Sierra Morena, la frontera de las ideas e incluso de las lenguas. Un Premio que nació de la piel de un pueblo llamado Villanueva del Rey y del que no hay grandes datos y la historia posible ya está contada: la calle Real, un Café Español que cumple ahora 130 años; una fuente con nombre propio, una eras abandonadas, casas blancas y un apellido real; y algunos datos de la piel que las personas van dejando a través de su historia bajo sobrenombres como el de Rosablanca, un nombre que te ponen otros y con el que te identifican al cabo de las generaciones sin conocerte.

El Premio Café Español y otras actividades que se hacen bajo el paraguas de ese mote agradecido, el de Rosablanca, nació hace tres años, en el otoño de 2017, en torno a una mesa en San Sebastián, para reivindicar esa identidad común que nos marca: hacerla útil, darle vida, sin renunciar a su historia, la que fuese, porque la historia de una familia en la guerra civil es un libro escrito a dos manos y casi nunca coinciden las palabras, como bien describe Zúñiga. En 2017 llamé a un amigo de prestigio nacional que aceptó ser el presidente del Jurado de una iniciativa literaria que iba a nacer con cinco contradicciones que podían hacerla imposible:

Esa iniciativa estaba apoyada por personas muy diferentes de todo el país

- que no se conocían entre sí.

- el nombre del Premio era el de un bar desconocido

- el Premio se convocaba desde un pueblo de 1080 habitantes, medio escondido en la Sierra Morena cordobesa, que los cordobeses podemos conocer pero los demás no, salvo algún accidente personal y trágico.

Sorprendentemente, ese premio de 100 euros unió a un pintor tan bueno como generoso, un jurado de cinco personas destacadas del ámbito de la literatura y del periodismo. Incluso consiguió la participación de un relato corto procedente de Perú, junto a otros de Barcelona, Galicia, País Vasco, Ciudad Real, Andalucía... Y, lo más sorprendente, la participación de vecinos de Villanueva del Rey, compitiendo con la misma voluntad que reputados escritores, periodistas y poetas. 39 relatos para el primer año de este Premio era una utopía, pero se realizó. Ganó el mejor escrito, y ningún miembro del Jurado tuvo duda.

POR QUÉ UN PREMIO LITERARIO

Para demostrar que hoy nadie vive aislado si no se aísla. Que el empuje de la gente puede más que las limitaciones económicas oficiales. Para demostrar que, hoy, una voz pequeña como la de un pueblo pequeño, puede tener un eco inmenso, diferente. En el siglo de Eduardo Zúñiga, la utopía posible es escribir frente a la opción de guerrear, relatar historias frente a sepultar historia. El Premio Café Español busca historias, inventadas o reales. No hay un tema sobre el que escribir, límites ni condiciones. Literatura sin cortapisas.

Nos hemos hermanado con las redes sociales con libertad y seguridad. Cualquiera puede hacer público su relato. Sólo el Jurado decide. Abrimos la red a la literatura y que la obra que participe no muera en el saco de las no premiadas. Por eso nos esforzamos en conseguir el mejor jurado; inapelable, pero intachable.

LOS ROSABLANCA

Ellos empujan este Premio, pero también con una utopía: compartir el presente, pero convivir en la memoria. En las lápidas del cementerio de Villanueva del Rey no hay lugar para los nombres de los abuelos muertos. No es nostalgia. La historia se amortiza en el taller del marmolista. Como Zúñiga, hemos querido alejarnos de los convencionalismos literarios. Zúñiga dio a la imprenta su primera obra el mismo año que yo nací, en 1951, y la tituló "Inútiles totales". Quería ser soldado republicano, pero no le aceptaron.

El Premio Café Español impulsado por "los Rosablanca" ya ha demostrado su utilidad, su calidad en 2018 y en 2019 y hoy, en 2020, nos guía un inesperado compañero de viaje, que sabe y enseña, Alfredo Conde, Premio Nacional de Literatura y Premio Nadal, entre otros muchos. Él también es un vigilante de honor como presidente del Jurado, con callo como miembro de Jurados y con callo como escritor de novelas, cuentos, poesía.... Juan Eduardo Zúñiga y Alfredo Conde Cid nos animan a que este sea un Premio lleno de historias largas y profundas, hoy relatos cortos llenos de imaginación y sentimiento, como un germen de futuro. Vamos bien.

Aurelio Romero Serrano (Grupo Rosablanca)

Saludos y abrazos