"Pepe Puñales" de Manuel Lucas Adame

En el año 2050, en el cogollo de una inmensa soledad desesperada, habitada por un hombre complicado y bajito que había dedicado toda su vida a la búsqueda intensa y atormentada del mundo de sus adentros, un día, después de un paseo logístico por entre sus pensamientos y circunstancias, decidió con determinación apartar de su vista los encantamientos que hipnotizaban sus sentidos y sacar la cabeza por entre el espinoso y enfangado mundo de su alrededor, cuando de repente sonó el teléfono;
- Hola, ¿se puede poner Juan Sueña? -dejó caer la voz sobre el silencio expectante y oscuro.
- Soy yo ¿Quién llama? -contestó Juan acariciando las últimas palabras.
- Pepe Puñales -dio de sí la afilada respuesta.
- Dígame ¿Qué se le ofrece?
- Emociones...ya sabe.
- Me suena negra su voz, ¿por qué yo?
- Por tu nombre. Juan Sueña...Sueña...Sueña...es un nombre sin lógica
- ¿Y eso le da derecho a...?
- Eso y algunas cosas más. Se me está perdiendo el respeto -dejó caer el representante de la vida disimuladamente- Nada, ahora iré a verte y entonces te apercibirás de "lo que vale un peine", tan pronto te acaricie con mi hondura.
Y así fue, el representante de la vida encontró a Juan, como siempre, despistado y soñando y entonces el afilado rayo de su mano entró bajo su vientre descuidado. El suelo se llenó de rojo oscuro y salpicó la calma de seguida.
- Todo al que yo visito -cantó Pepe Puñales- se ausenta de los sueños, es así. E inclinándose sobre él, fijando la mirada en sus ojos, le escupió realidades cubiertas de mentira.
Se acabó.
En un charco de sangre quedó Juanito Sueña y en seguida llegaron los de siempre: el corro de mirones, unos niños y, casi a las tres horas, la policía. Indagaron con extrañas preguntas pero la respuesta fue siempre la misma.
- Yo solo he visto cómo gritaba el mundo.
- ¡Bah! Eso pasa todos los días.
- A ver ¿y usted qué ha visto?
- ¿Yo? un corro de mirones y sangre, mucha sangre esparcida.
- Bueno, caso cerrado -determinó el sargento tirando su colilla.
Y allí quedó su cuerpo. Juan Sueña, amigo de ilusiones, de sueños y alegrías, espatarrado y frío, en mitad de la calle, bajo un montón de sucias realidades preñadas de mentiras.
Cambió el clima de la existencia por entonces de una manera tal, que se implantó licencia y documentación especial para todo aquel que quisiera, como Juan Sueña, dulcificar la vida con ilusiones rocambolescas y maravillosas. Se amontonó en el cielo una extensa y pesada realidad cúbica y fría, donde todo parecía de antemano tener una explicación lógica.
Y se prohibió soñar.
Imponiendo el destierro al transgresor, es decir, alejándolo del legítimo juego donde todos juntaban sus orgasmos.
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Imagen: Autor, CIRO MARRA