"Pensamiento plasmático" de David Monge Vargas

13.10.2020

El pequeño robot de no más de un metro de altura, esperaba tranquilo sentado en la parte más alta de una colina, en un claro iluminado por la luna entre la vegetación que le rodeaba, la noche había invadido por completo su entorno, pero en su memoria aún brillaba la belleza del planeta Tierra cuando el sol se reflejaba en el inmenso mar y las criaturas que lo habitan parecían disfrutarlo, o cuando la brisa juguetona ponía a bailar las hojas de los árboles en una danza lenta hasta el suelo, también se fascinaba con las maravillosas aguas tranquilas que recorrían los bosques en donde los destellos de luz ondeaban la corriente. Toda esta información acumulada en su cerebro plasmático le brindaba paz y le parecía armoniosa.

Había llegado hace algunos meses al planeta, tiempo suficiente según su criterio, para ser consciente de la dinámica de la vida, comprendiendo a cabalidad todos los conceptos que la componen, sin embargo, sus ondas de frecuencia cerebrales aún no lograban vislumbrar el concepto de Dios, un concepto que conoció al convivir este tiempo entre los humanos, en donde su permanencia entre ellos pasó desapercibida gracias a su sistema de vibración molecular que le permitía prácticamente ser invisible al rango de visión humano, así pudo moverse con libertad para investigar y analizar el hábitat al que había sido enviado.

Todas sus apreciaciones y conclusiones debían ser entregadas a la computadora de la nave por medio de su interface neuronal una vez que fuese transportado de nuevo, eso era parte de su misión y de suma importancia, ya que con ella, la raza extraterrestre podría conocer ciertamente el momento preciso para tomar posesión del planeta.

El pequeño robot había cumplido su misión por completo, ya nada le quedaba por hacer en la Tierra más que esperar, la transmisión sub espacial comunicando la finalización de su tarea tardaba unas cuantas horas en ser recibida por las gigantescas naves transportadoras de toda una raza completa de alienígenas, que esperaban en el borde del sistema solar el momento justo para arribar. Así que lo único que podía hacer era esperar y mientras tanto en su cabeza el concepto de Dios seguía migrando entre sus redes de pensamiento intentando darle forma, hasta que por fin la inminente conclusión invadió su ser completamente; él era Dios.

Según los humanos solo Dios puede decidir sobre la vida y la muerte - pensó el robot - y su misión en la Tierra fue analizar la mejor forma de eliminar a la raza humana sin dañar el medio ambiente y así lo había hecho; salvó un planeta entero de ser destruido por una civilización dañina y negativa, él lo hizo sin ayuda, con sus insuperables capacidades bélicas y cerebrales logró implantar en las primitivas mentes antropomorfas realidades alternas extremas que se propagaban automáticamente de un cerebro a otro y en pocos días concretaron suicidios en masa eliminando hasta el último de los humanos. Ahora el planeta descansaba y la armonía volvía a reinar, tal como lo hizo Dios cuando creo al mundo.

Ahora su misión cobró un nuevo sentido transformándose en propósito, de él dependía que el universo fuese armonioso y mientras en su plasmático cerebro se proyectaban nuevas aseveraciones, un haz de luz transportadora lo rodeó elevándolo lentamente del suelo.

La nave extraterrestre, a velocidad warp, arribó rápidamente al borde del sistema solar en donde más de cinco mil naves mucho más grandes esperaban pacientemente. En pocos minutos las explosiones comenzaron a diezmar el contingente alienígena y antes de que la última de sus naves desapareciera del mapa estelar, el pequeño robot salía de ella utilizando su inagotable sistema de propulsión supra luminar con la intensión de continuar con su propósito.