"Paseos al borde del mar", de

23.05.2019

El asilo de las gaviotas

Dejo cada mañana a la brisa que calme ese golpe de calor brusco con el que me recibe el sol. Le gusta sin duda, que el sudor brote generoso y me moje toda. Camino despacio, mi corazón amordaza mis pies y los obliga a llevar un andar macilento, que me incomoda bastante, pero que no puedo cambiar.

Recorro los días sin mirarme, porque si lo hago me encuentro con una mujer desconocida, que no coincide con la mujer que soy por dentro. 

Desde el balcón de mis ojos, única estancia abierta al exterior, me asomo a la vida, a los paisajes, a las canciones, al murmullo de las olas y a ese extraño graznido que lanzan las gaviotas.
En el Puerto de la Caleta hay un rincón en forma de recodo donde se refugian las gaviotas viejas. Paso pocas veces por este lugar, porque no me gusta contemplar como permaneces quietas, acurrucadas en la arena, como esperando a la muerte. Aquél, es un lugar sucio, lleno de botellas de plástico vacías, papeles, arrojados negligentemente por paseantes inconscientes que no aman el entorno, que desconocen el sentido armónico de la Naturaleza. 

Entre ellas, una gaviota muerta descomponiéndose al sol, mientras el resto de ellas permanecen indiferentes. Posiblemente esa actitud quiera decir que esperan terminar también abandonadas por la vida cerca del mar, aunque aquél entorno no se parezca nada al resto y si tenga todo el aspecto de un geriátrico de pájaros cansados ya de volar...

Triste espectáculo verlas casi ciegas de mar con las plumas descoloridas sin el brillo de antaño. Seguramente padecen ese reuma húmedo que ataca a los seres vivos cuando atardece la vida.
Huele mal allí, huele a decadencia y a mar podrido, a olas descabezadas por la melancolía...Huele sin duda a olvido y abandono, a sal caducada, a aparejos rotos de los pescadores...

Se cobijan soltando las amarras del aire, mientras los primeros rayos de sol las arrinconan a este punto inhóspito y sombrío de la Caleta donde nadie pasa porque le rodea una verja oxidada y el abandono y la suciedad la convierten en un vertedero de basuras...

Con la mirada perdida en el horizonte sin atisbar donde termina, sin poder abarcar con las manos esa especie de bruma que agazapada en la lejanía, engaña seguramente a mi mirada, incapaz de medir la distancia.

Hay momentos que tengo la sensación de poder tirar de ese fino hilo, solo visible a mi imaginación y atraerlo hacia mi, pero todo esto que describo es una vana ilusión que se deshace al instante.

Me gusta abrazarme a ti mar, pero cuando me interno en tus brazos y mi cabeza queda totalmente escondida en tu regazo, me asusta tu grandeza ante mi pequeñez, de tal modo, que doy un salto y me desprendo de tu abrazo y salgo corriendo hasta la orilla. Me produces demasiado respeto, y despiertas en mí ese miedo que sienten los niños ante lo desconocido. Pavor a que me lleves hacia tus profundidades, me tragues con tus fauces azules, llevándome a vivir a alguna cueva lejana que desconozco.

Te necesito cerca, escuchar tu respiración a través de las olas y asistir cada día al taller invisible donde tejes tus volantes de espuma.

Cada mañana de verano te asomas a la orilla de mi vida y yo, que sé que no faltas jamás a nuestra cita, llego corriendo para llenar mis ojos solo de ti... Eres mi gran amor, siempre lo fuiste. La primera vez que te vi quedé prendada y prendida de tu imagen, de tus murmullos, de tus palabras dormidas. Se terminará mi vida y aún más allá, me seguiré cubriendo con tu capa transparente y será de tal magnitud tu amor y el mío que nos convertiremos en algún otro elemento desconocido y seguramente aún sin inventar. 

Cuando me haya convertido en eterna lo serás tú también transformándonos en algo tan maravilloso e inextinguible que nos hará permanecer por siempre formando parte del Universo. Por eso quiero morir en la orilla, para emprender un viaje contigo que nunca termine, convirtiéndonos ambos en ríos de vida nueva