"Para qué sirve una mano" de Carlos Torrero

08.11.2020

El amable churrero me ha dicho «espera» y se ha metido hacia dentro. Hacia fuera es difícil meterse. Al rato ha salido con un bulto entre las manos que ha abierto delante de mí y ha vuelto a escupir algo. Digo «escupir» porque suena bien aunque, como digo, el tipo era muy amable. «Eres el primero», creo que ha dicho. Y yo sé que miente. Yo. El primero. Deja que me ría. Ja. El primero. Yo. En qué.

- En comprar hoy.

Ah. Eso, quizás. Estos churros bien lo merecen. Lo de madrugar, pienso. Me han dicho que son los mejores de por aquí. Luego el tipo ha contado en voz alta: dos, cuatro, seis, doce y dos de regalo. Y yo me he quedado como un idiota mirándole la mano. Bueno, mano. Lo que sea que fuese eso, porque en su lugar lucía una pequeña zarpa de hierro que recordaba a la pata rígida de un gallo.

Un churrero mitad hombre, mitad robot. Así, tan temprano. El primer día de nuestras vacaciones. La vida puede ser maravillosa.
He vuelto a la casa, como es natural, imaginándome todo tipo de historias sobre cómo pudo ser esa pérdida:

1. Perdió la mano en un safari africano dándole de comer a un cocodrilo. El veterinario encargado de sedarlo llevaba varios días con trastornos del sueño.

2. Perdió la mano en el interior de una mujer. La mujer equivocada.

3. Perdió la mano en una cacería. Su padre la confundió con un zorzal común.

4. Perdió la mano tras estar veinte años sellando en la puerta de la discoteca Puzzle.

5. Perdió la mano al quedársele atrapada entre las puertas de un tren. Salvó a la anciana.

6. Perdió la mano en el atentado terrorista en la Embajada de España en Kabul.

7. Perdió la mano en la Guerra del Golfo. Operación Tormenta del Desierto.

8. Perdió la mano tras acercarla a una radial. Por curiosidad.

Luego he pensado que lo más probable es que la hubiese perdido haciendo churros. Quién sabe si en algún descuido. Quizás sumergiera la mano en todo ese aceite hirviendo. Y ale, bon voyage. Ya nunca más sentir el calor de una hoguera o acariciar un caballo o el pie de un bebé o sobarle el culo a tu novia, con esa mano. Uff. Sólo pensarlo me angustia. Pero en tal caso. Qué lección de valor, constancia y sacrificio, ¿no? ¿Que pierdo la mano? No importa, señoras y señores. Pónganme un garfio. O lo que sea eso. Y seguimos.

La verdad es que ha sido increíble. Siempre he disfrutado de ver ejercer con maestría a alguien su oficio. ¡Cómo cogía el brazo de la máquina, cómo hacía rodar la manivela, qué dominio de los tiempos! ¿Y lo bien que se manejaba cortando los churros en el aire con el viejo palo y esos nuevos dedos de metal? Un verdadero espectáculo.

Mientras subía por las escaleras, como es natural, me he imaginado a mí mismo sin la mano derecha. Me he pasado la bolsa de churros a la izquierda y me la he apretado contra el pecho. Después he convertido mi mano derecha en una no-mano, simplemente encogiéndola un poco y estirando la manga del abrigo. Listo. Pero tenía las llaves de casa en el bolsillo delantero derecho del pantalón. Así que, para cogerlas, he realizado varios intentos de cruzar mi única mano por delante, pero nada. Lo único que he conseguido ha sido que me picara la cabeza y una incómoda sensación de sofoco. Me pasa cuando la circulación de la sangre se me activa más de lo normal. Y la verdad es que me paso casi todo el día delante del ordenador trabajando o buscando trabajo, y no hago mucho ejercicio. Finalmente he desistido y este gran inútil ha tenido que admitir la derrota. Así que he vuelto a sacar la mano, he introducido la llave en la cerradura y he abierto la puerta, con el cuerpo aún palpitando y, tal vez, demasiadas manchas rojas sobre la carne cansada. Como si acabara de cruzar un océano a nado. Como si. Como si eso fuera posible.

Imagen: "La gama amarilla", óleo de František Kupka, hacia 1907. Museum of Fine Arts, Houston