"Palabras vanas" de David Monge Vargas

22.10.2020

Ese día, uno como tantos, llegué a la parada del autobús dirigiéndome a mi oficina, pocas personas esperaban alineadas, al menos fue lo que pude ver de reojo mientras contaba las monedas, aún hurgando en los bolsillos de mi pantalón arribó el transporte público, mientras la fila comenzaba a moverse por fin pude completar el pasaje y levanté la mirada justo en el momento en que ella subía el primer escalón.

La seguí con la mirada en medio de la intermitencia de los ventanales y antes de que tomase asiento, una bellísima sonrisa escapó furtiva de sus labios, el corazón casi se sale de mi pecho, algún pensamiento divertido rondó su memoria haciendo que el brillo de su rostro segara por unos instantes mi realidad. - ¡Podría caminar por favor! - me dijo un chico solícito al notar mi momentánea parálisis, recobré el sentido de inmediato y de mi mano varias monedas cayeron al suelo rodando algunas más allá de la fila, no tuve más remedio que perder mi espacio mientras recogía aquel pequeño desastre. De regreso al final de la línea de personas que continuaban llegando, comprobé que el asiento al lado de ella continuaba vacío, sin embargo, no estaba seguro si tendría siquiera el valor de sentarme a su lado, su belleza apabullante minaba mis intenciones.
Decidido, miraba a las personas delante de mi que subían al automotor constatando que no ocuparan el asiento que en mi mente continuaba reservado para mí. Por fin llegó mi turno y mientras entregaba el dinero al chofer no pude evitar mirarla de frente, las flores que poblaban su vestido enmarcaban como un verdadero jardín su belleza, un leve temblor recorrió mis piernas mientras la contemplaba, - ¡A ver joven, camine! - resonó la voz del chofer en el autobús y ella volvió la mirada encontrándome, el temblor ahora se trasladó a mi pecho pero aún así camine con disimulo y me senté a su lado.

El autobús inició su marcha, los cóncavos asientos de plástico perfectamente pulido hacían que nuestros cuerpos se balancearan de un lado a otro en cada pequeña curva, logrando que de vez en cuando se tocasen de forma inocente. Ella traía puestos su audífonos y miraba distraídamente por la ventana, yo con mi mochila en los regazos intentaba recuperar la suficiente cordura para hablarle mientras admiraba solapado su ondulado cabello castaño.

¿Qué palabras serán las correctas?, ¿Cuál frase es la adecuada para brindarme una oportunidad de conocerla más allá de un viaje en autobús?, las ideas se agolpaban en mi mente. Las personas a mi alrededor serían testigos de mi triunfo llevándome su admiración o se convertirían en mis silentes verdugos ante mi total fracaso. Qué riesgoso, demandante e inseguro es el primer escalón del amor.
¡Le hablaré de su belleza y de mi fascinación con ella!; creo que no, eso sería un ataque demasiado frontal, ¡Mejor le comentaré del clima!; totalmente cliché, y si le hablo de mi trabajo, soy escritor, a las mujeres les gustan los hombres creativos y que les puedan decir palabras ingeniosas cargadas de sentimiento; lamentablemente para mi, las palabras se me dan escritas no en sentido fonético, atoradas en la garganta y sin poder reescribirlas o perfeccionarlas una vez dichas. Cuántas palabras se vienen a mi mente en este momento en oleadas ingentes requiriendo de un lápiz y papel para ordenarlas en su justo sentido, pero ella indiferente a mis elucubraciones continua mirando por la ventana.

Un pequeño vaivén se percibe cuando el motor se detiene, ella se levanta y camina despreocupada bajando del autobús, yo la miro sin decir nada. Ella sigue intacta, sin siquiera intuir la guerra que desató entre mi consciente y mi corazón, lucha que dejó una colección de palabras vanas que intentaron, apuradas e inquietas, cumplir el propósito de enamorarla, pero que murieron con la incertidumbre de no saber si serían capaces de despertar para mi su corazón.