"Pajaritas de papel" de Mario A. Grasso

05.09.2021

Ingresaron tomados de la mano por un hueco en la cerca perimetral. Las instalaciones lucían desiertas: "Actividad no esencial" habían decretado las autoridades sanitarias ante la cruel y despiadada pandemia que habíase llevado a la madre de ella y dejado sin sustento a la familia de él, quien, conocedor de todos los trucos, encontró sencillo activar los sistemas y echar a andar la maquinaria.

Ella se sobresaltó con el estridente e inusual ¡clinck-clanck! que alertaba la desactivación de las trabas de seguridad; no obstante, se arrellanó en la oscilante butaca. Apretujaba contra su corazón la delicada pajarita de papel que él le había obsequiado minutos antes, mientras veía cómo, desde el pináculo de aquella colosal rueda giratoria, le decía ¡adiós! con la mano.

El teniente Scarello acomodó parsimoniosamente su pantagruélica gorra ajedrezada como había visto hacerlo a ese super-detective de nombre difícil, en la añeja e interminable serie de la televisión local. Mientras, una gigantesca voluta de humo, escapada de la descomunal pipa, aromaba el trágico ambiente de la brumosa tarde sabatina en el enlutado Central Park. Retumbaban en su cabeza las palabras con que el siempre impertérrito oficial Castillo había concluido su minucioso informe:

- Con voz quebrada por el llanto nos dijo el padre, señor: "¡No podía consentir esa relación! ¡Mi niña con un empleaducho de mi parque de diversiones! ¡Por favor!" ... ¡Ah, señor! encontramos este papelito estrujado en la mano de la occisa...

Scarello enguantó sus manos con la rigurosa pulcritud del cirujano que se apresta a una delicada intervención y se dispuso a encontrar la evidencia que le ayudara a dilucidar aquel maquiavélico... ¿crimen?

Cual mudo privilegiado testigo de una afiebrada escena dantesca, la triste hamaca voladora se mecía impulsada por la bucólica brisa, nostalgiosa del bullicio y los féminos alaridos cuando la newtoniana fuerza centrífuga producía esa indescriptible sensación de estar volando o suspendido de la nada.

La persistente llovizna cesó y, de pronto, una rutilante manta urdida con siete hebras de prístina luz arrancadas al límpido cielo, cubrió al vientre de la tarde uniendo en celestial abrazo al gigantesco octópodo metálico "Hamacas voladoras" con el ciclópeo ferro-esqueleto de "La vuelta al mundo", Entonces comprendió. Aunque ya no llovía, debió secar varias veces sus gafas. Desdobló la pajarilla de papel y leyó: "Espérame al final del Arco Iris"

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)