"Ojos de pescado" de Darío Jaramillo

11.11.2020

- Hey, amigo, se te cayó tu cartera -dijo el hombre mientras le extendía el objeto en cuestión para que lo tomara.

Bernardo, quien iba tarde a su cita, regresó apurado sobre sus pasos hasta donde estaba el hombre, pero cuando intentó tomar su billetera, el sujeto no la soltó, en cambio le extendió la mano.

Era de mala educación dejar a un hombre con el saludo en la mano, eso se lo había enseñado su abuelo. El hombre permaneció con la mano extendida, fijó su mirada en la suya y esbozó una sonrisa, que a Bernardo le pareció hueca. De alguna manera no combinaba con esos ojos inexpresivos, vidriosos y muertos, como los de un pescado de supermercado.

Quería llegar a su destino y dejar a ese extraño sujeto atrás, así que la estrechó sin desviar la mirada del par de gelatinas con las pupilas dilatadas que lo observaban fijamente.

- Un placer, nos estamos viendo -dijo el sujeto.

- Gracias -contestó Bernardo, mientras daba la media vuelta para continuar su camino.

Apuró el paso y comenzó a trotar, aún con la billetera en la mano, cuando llegó a la siguiente calle y sintió que había puesto suficiente distancia entre él y aquel tipo, se detuvo. Intentó guardarla en la bolsa interna de su chaqueta cuando se dio cuenta que su cartera estaba ahí, jamás había salido de ese compartimiento.

Entre asqueado y asustado soltó la billetera que traía en la mano. Se revisó la muñeca, aún traía puesto el reloj, revisó los bolsillos del pantalón, sus llaves seguían ahí. Un escalofrío lo recorrió, volteó hacia la calle donde lo había encontrado pero su figura se había esfumado entre las sombras. A pesar de que el resto de la noche ocurrió sin contratiempos podía sentir que algo andaba mal.

A la mañana siguiente, mientras se bañaba, un pinchazo de dolor lo sacudió cuando pasó el estropajo sobre la parte interna del antebrazo. Se enjuagó la espuma y notó el principio de un moretón, entre amarillo y verdoso, apenas visible pero bastante escandaloso al tacto.

"Ya se pasará" pensó, mientras se terminaba de vestir.

Pero no se pasó, al contrario, el dolor en el brazo incrementaba conforme avanzaban las horas. Alarmado, se remangó la camisa hasta los codos y notó que el moretón había cambiado de color a un magenta parecido al tono de sangre machacada, pero no era todo, las arterias que lo rodeaban marcaban su piel como una telaraña que extendía sus redes por toda la piel.

Definitivamente no era un simple moretón, así que acudió al servicio médico, el doctor lo revisó, no tenía fiebre y su presión arterial estaba normal. Lo diagnosticó como una flebitis, le prescribió un anticoagulante para reducir el riesgo de una embolia y lo envió a casa.

Bernardo llegó exhausto, en un estado de ensoñación y se desplomó sobre el sillón.

- Lo has invitado a entrar -la voz que le hablaba sonaba como si él estuviera bajo el agua, muy a lo lejos, pero las palabras eran claras, su visión borrosa.

Sintió cómo una mano callosa lo tomaba del brazo con fuerza. Salió del sopor en el que se encontraba para descubrir que los ojos de pescado estaban clavados sobre los suyos y lo escudriñaban de cerca, quiso gritar pero nada salía.

Cuando aquel sujeto clavó su pulgar sobre el moretón y envió olas de dolor a través de la intrincada red de arterias inflamadas que lo rodeaban, algo se desbloqueó y entonces sí, el grito salió poderoso, como un rugido.

El rugido se convirtió en una risa sonora y poderosa. Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y respiró hondo. Ya no sentía miedo ni dolor, se sentía revitalizado, libre. Cuando abrió los ojos estaba solo.

Se descubrió el brazo y estaba limpio, caminó hacia el baño y se miró en el espejo, sonrió. En el reflejo, un par de retinas, vidriosas y muertas le devolvieron la mirada.