"Nunca viajaremos solos" de Rodolfo Jesús Sánchez Ochoa

05.09.2021

Una fría tarde, un día ordinario. Cual autómata, deambulo por este bulevar. Aunque muy concurrido, ando solo. Me acompañan mi melancolía, mi frustración, desesperación. Solo una constante ensoñación me muestra haciendo este recorrido junto a familiares, amigos, una novia o compañera. Pero al instante se desvanecen...

Mi ansiosa mirada registra cada rincón, anhelando toparme con una presencia conocida, salvadora. Cuántas personas cruzan ante mí, pero se siente como si hubiera ninguna. Todas conectadas a sus celulares y tablets, o interactuando con algún holograma o androide, pero indiferentes ante los seres humanos de su entorno.

De repente un gato o perro se ponen a mi alcance, aceptando una leve caricia. Miro vitrinas. Hojeo libros, revistas. Finjo disposición para comprar ciertas cosas. Me desvío hacia la pequeña iglesia del sector; permanezco ahí sentado, sin pronunciar palabra. Tampoco creo que Dios, la Virgen, los santos, ni siquiera los demonios, me atiendan.

Entro a un cyber, pleno de jóvenes, buscando diversión, desahogo, algunos evadiendo sus estudios y la mayoría su realidad. Me siento frente a uno de los pocos computadores disponibles y me sumerjo en las redes, en varias páginas web, buscando esa realidad virtual que muchas veces preferimos más que nuestra verdadera existencia.

Llego al final del bulevar, sin haber hallado algo especial. Entonces pienso que si lo recorro otra vez, posiblemente descubra algo -alguien- atrayente. Así retomo mis pasos, con mi carga de tristeza. Dos parejas en sendos bancos, casi sincrónicamente se estrechan en abrazos y besos. Frente a ellos, en un antiguo pero remozado cine se va formando una fila. Me acuerdo que hace tiempo no voy al cine. ¿Para qué ir con la angustia de estar sin compañía, comerse las cotufas solo, no tener a quien besar aprovechando la oscuridad...?

En un instante me encuentro a la altura de un estrecho y largo corredor, un atajo para acceder a una avenida allende el bulevar. Un lugar tan solitario como yo, del cual he escuchado advertencias sobre no atravesarlo, pues allí asaltan, violan, venden y consumen drogas, licor, salen fantasmas... Incrédulo e indiferente -y necio-, me aventuro por aquel pasadizo llevado por la inercia, la amargura y melancolía que me arrastran...

No he llegado a la mitad del recorrido, y una súbita neblina se desliza frente a mí, envolviéndome. De pronto, escucho lejanos acordes de una melodía exótica, al tiempo que la niebla se va difuminando y surge ante mi vista un insospechado escenario: Un desierto de blancas, transparentes arenas con destellos intensos, bajo un firmamento pleno de estrellas, y dos lunas. Veo las tres pirámides. Sin embargo, aparecen truncadas y rosáceas. Junto a ellas, la gran Esfinge brilla con múltiples colores, avasallándome con enormes ojos de negro fulgor. La melodía que escuchaba se ha hecho más nítida, con sonidos místicos y ancestrales: pandereta, flauta, darbuka, digeridoo... que me embrujan, moviéndome a su ritmo. De improviso, tres objetos volantes, de forma cónica y un violeta translúcido, se posan lentamente sobre la aplanada cima de cada pirámide. Un robusto caballo negro pasa raudo frente a ellas, y su jinete, de azulada túnica -sufí o bereber-, las saluda llevando una mano a su frente.

En tanto me aproximo a aquellos tres monumentos milenarios, desde las sendas naves acopladas a ellos relampaguean haces de luz violácea. Una estremecedora voz metálica pronuncia un mantra:

Tierra: mi cuerpo
Agua: mi sangre
Aire: mi aliento
Fuego: mi espíritu

Al llegar al pie de las pirámides, los intérpretes de esa música mística, hombres y mujeres de toda raza: bereberes, aborígenes australianos, hindúes... me sonríen y rodean, uniéndonos en una danza trascendental, bajo una espléndida aurora boreal -"aurora desértica" preferiría decir- que esparce en el cielo haces, ondas, cascadas de destellos verdes y púrpura. De nuevo, aquella voz metálica, cibernética pero muy espiritual, pronuncia otra frase metafísica:

"Amor infinito es la única verdad. Todo lo demás es ilusión"

A partir de este momento, "soledad", "melancolía", se han borrado en mi vocabulario. Estemos donde estemos, vayamos al sitio que sea, dentro de la Tierra, de una a otra dimensión, en el Universo, en el espacio-tiempo, es completamente absurdo pensarlo, sentirlo. Porque en nuestra vida, más allá de ésta y en nuestros sueños, nunca viajaremos solos...

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)