"Notas de inframundos" de María Elena Lorenzin

27.10.2021

Como si esto fuera el Paraíso no paran de llegar familias de desplazados. A mí no me molesta que busquen refugio aquí, pero mis vecinos se quejan, dicen que se les ha terminado la paz y que esto se ha convertido en un infierno. No se dan cuenta de que sin nuestros huéspedes nos aburriríamos por toda la eternidad. Ingenio no les falta y hasta se dan maña para instalar televisores que nos permiten seguir nuestras series favoritas.

Esta buena gente no solo nos cuida, nos entretiene y nos limpia la morada sino que también nos reza uno que otro "rosarito'' a cuenta de los familiares que dicen no tener tiempo.

En fin, no podemos quejarnos. Eso sí, esperamos con ilusión el Día de Muertos cuando aparecen aquellas visitas que nos ignoran durante el año. Para compensar, nos traen sus ofrendas: el reconfortante mezcalito, nuestros platillos favoritos, flores, cirios y el clásico cigarro. Algunos contratan una orquesta y otros se animan a acompañarlos. Es como para resucitar a los muertos.

El resto del año la vida transcurre más tranquila en torno a la comunidad que se ha formado alrededor: una gran familia con multitud de chiquillos que se divierten jugando a las escondidas o saltando de tumba en tumba. A veces se convierten en pequeños Shakespeares improvisando historias que interpretan con calaveras. En este teatro del mundo no abundan los juguetes, pero sí mucha creatividad.

Imagino que se preguntarán sobre la escolaridad de estos diablillos. Faltaba más desampararlos. Si hasta tienen una escuelita en el mausoleo grande, el de los Ibarra Santa Cruz, a cargo de jóvenes de Cáritas. Tampoco se descuida acercarlos al Evangelio. Los sábados viene una catequista y los domingos asisten a misa en la pequeña capilla. Pero todo esto ha cambiado últimamente. Dicen que un virus está diezmando a la población y que hay que evitar el contagio. En consecuencia, han dejado de venir los jóvenes de Cáritas, la catequista y hasta el párroco. Eso sí, llegan más difuntos, pero muy pocos familiares pueden despedirlos. Sepelios, sepelios... los de antes. Nada que ver con los de ahora tan solitarios. Por este motivo los desplazados les hacen compañía, bailando y bebiendo hasta altas horas de la madrugada.

Que descanse en paz el finadito o la finadita se oye decir. Por suerte aquí no estamos en Pomuch, en el estado de Campeche, donde se cuenta que los familiares del difunto después de tres años del fallecimiento, sacan los huesos para airearlos, limpiarlos y luego ponerlos en un pequeño nicho o altar. A mí eso de la limpieza no va conmigo. Por otro lado, no sé qué pasará el Día del Juicio Final si todos imitan a los ultra innovadores del otro lado de la frontera que ya han comenzado a usarlos para fertilizar tierras.

¡Válgame Dios!, hasta qué punto hemos llegado.

••••••••••

Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)