"Noche de Reyes", de Alejandro Manzanares Durán

02.06.2019

Alberto no paraba de repetir "es él, que me tienta..., lo ves, no deja de hacerlo....." mientras le señalaba con el índice. Su tía no podía controlar la situación a tan altas horas de la noche.

Los Reyes habían traído los regalos que impacientemente esperaban tanto él como su hermana Laura. En sus expertas manos el móvil (su primer y ansiado teléfono móvil), iluminaba en la oscuridad sus atónitos ojos al tacto de sus ágiles dedos. No podía dormir, culpaba al propio artilugio de provocarle continuamente reclamando su atención.

Su tía tomó la salomónica decisión de separarlos, Laura dormiría con ella y dejarían solo a Alberto intentando que la calma y el silencio volvieran a la casa.

Cuando parecía que por fin el sueño le invadía, un reflejo luminoso le volvió a poner en guardia. En la pantalla aleteaba un sobre amarillo. Sin pensarlo dos veces, con los ojos como platos y una mezcla de admiración, lo pulsó.

"Hola Alberto, soy el Rey Gaspar, perdona que te haya despertado pero es necesario y urgente que nos ayudes para una importante misión. En la puerta te espera uno de mis pajes para darte instrucciones".
De un salto se puso en pié, se enfundó la mayor cantidad de ropa que medio a oscuras encontró y con las deportivas en la mano, sigilosamente, abrió la puerta de la vivienda.

El pasillo estaba totalmente a oscuras. ¿Estaría soñando, sería una broma...?. En ese instante se encendió la luz y un joven apareció junto al ascensor. Cerró suavemente la puerta, y mientras apresuradamente se calzaba, fue a su encuentro.

Con voz susurrante le dijo: "Me llamo Sacha, soy uno de los pajes del Rey Gaspar, se nos ha olvidado llevarle su regalo a una niña que vive muy cerca de aquí. El no puede volver y yo no conozco la ciudad, por lo que quiere que me acompañes hasta su casa. ¿Estarías dispuesto, puedes ayudarme.?

Alberto asentía repetidamente con la cabeza incapaz de articular palabra. Ni siquiera la fría ráfaga de viento que azotó su cara al salir del portal junto a Sacha logró deshacer el nudo de emoción que atenazaba su garganta.

La dirección que Sacha le mostró le resultaba familiar, solía pasar a la vuelta del colegio y nada especial había llamado su atención.

Casi al final de su corto trayecto por la solitaria y dormida ciudad Alberto reparó que el paje no portaba ningún regalo para la niña, no obstante no quiso hacer preguntas.

Era una casa de una sola planta, la puerta entreabierta dejaba entrever una tenue luz. Sin vacilar, el paje, terminando de abrirla a su paso entró seguido del intrigadísimo Alberto.

La escena que encontró en su interior fue tan inesperada y sorprendente que le dejó petrificado. Una preciosa niña, aproximadamente de su edad, se encontraba en medio de la estancia vestida de blanco, con el pelo rubio cogido con una cinta roja, una sonrisa cautivadora y una carta entre sus manos que tiernamente le ofrecía desde su silla de ruedas.

Cuando pudo salir de su estupor, se acercó hacia la joven y tomó la carta. Sin mediar palabra se sentó a su lado y, mientras miraba sus dulces y brillantes ojos, abrió el sobre. 

Para entonces el paje ya había desaparecido de la escena.

Sumido en su asombro comenzó a leer:

"Me llamo Natalia, estoy enferma, no puedo andar ni hablar. Salgo muy poco a la calle y aparte de ver televisión, mi único consuelo es verte pasar por mi ventana. Casi no tengo amigos y me gustaría que tú fueras uno de ellos, por eso le he pedido a los Reyes conocerte."

En este punto, estando sentado y con el bolsillo medio abierto, se le cayó el teléfono, rápidamente intentó recogerlo, pero........ ¡un momento!, era el suelo de su habitación, estaba en su cama.

Se quedó pensativo boca arriba mientras recordaba con ternura y emoción el sueño de esa noche de Reyes tan ajetreada.

Saboreando el sabroso desayuno que su tía le había preparado junto a su hermana, sonó el teléfono. Con aire de suficiencia y desparpajo miró la pantalla, abrió el mensaje recibido y leyó: "Hola Alberto, soy Natalia, anoche me encantó conocerte".