"No era para tanto", de Jorge Zamora Landazuri

02.06.2019

No era para tanto. Lo único que tenías que hacer era tener un poco de cuidado y, si tenías un poco de cuidado, no era para tanto. La peña de la Cartuja pensaba que sí, que aquello era muy peligroso, y yo siempre les decía que era muy peligroso si te cogían, sólo si te cogían, porque entonces acababas en la cárcel seguro, para unos cuantos años, pero que si tenías cuidado no tenía por qué pasar nada. Y ganabas un montón de pavos. Hacías todo como debía hacerse, con un poco de cuidado, y no era para tanto.

- ¿Y si se te revientan las tripas, qué? - me solía preguntar el Warner en el Polígono Norte, que era dónde pillábamos en Sevilla, haciendo que se preocupaba por mí de verdad.

- Si tienes un poco de cuidado en eso también, no hay peligro, te lo digo yo - le contestaba como con desgana, mirando para otro lado, más que para que no se preocupase para que me dejase fumar en paz.

El Warner acampaba cerca de mi tienda, en un pabellón abandonado de la Expo 92. Se bajó al moro una vez y cagó lo que tenía que cagar pero sobre todo se cagó de miedo.

Y no era para tanto.

Lo primero que tenías que hacer era contactar con las mafias que se dedicaban a bajar al moro. Y yo estaba trabajando en negro para dos traficantes, uno de Granada y otro de Málaga. Los dos estaban bien colocados y todos sus contactos eran de fiar. Con eso no había que tener cuidado.
Iba a Tánger a por material. Si lo hacíamos bien nos pagaba bien: nos adelantaban dinero para los gastos: el tren desde Sevilla, el barco, los taxis, el móvil, etc... Yo he hecho ocho viajes a Marruecos y sé lo que es.

Había que tener buenos contactos y fiarse únicamente de los que sabías que eran de fiar, de nadie más. Allí, en Marruecos, cuanto menos te vean por la calle mejor. Si no, llamas la atención, que es lo peor que te puede pasar: no tener cuidado. La cerveza yo la conseguía en las trastiendas de algunas tascas aunque los árabes la tienen prohibida, cosas del país. Así que, en general, no era para tanto.

Cuando me tragaba las bolas me ponía hasta el culo de yogurt. Es lo mejor. Las tripas sufren menos así y ni tu ni nadie nota nada. Como apenas salía de la pensión, estaba siempre tranquilo, confiado, seguro de que lo que hacía lo hacía bien. Con cuidado.

Entraba por Algeciras y salía por Tarifa. Una vez al mes para no llamar la atención. Si hubiese bajado al moro más veces los secretas se me habrían pegado al final como lapas. Y, además, por si acaso, voy bien vestido, no llevo tatuajes ni pendientes y paso la frontera española sin ningún problema. 

Como si fuese otro turista amante de lo moro.

En España me esperan en el sitio de siempre y llegan en cinco minutos en la furgona. Son de fiar. Yo ya lo tengo, voy a su casa a vaciar el material que llevo en mi estomago. No era nada difícil, no era para tanto.

Así sacaba para dosis y pensión. Estamos hablando de 700 pavos que es dinero para disfrutar. En cuanto me pagaban compraba tres gramos, pagaba una pensión una semana y con el resto comía algo. No mucho. No tenía nunca hambre, no necesitaba comer, la droga era mi alimento.

- ¿Ya se te han quitado las ganas de volver? - me preguntaba el Warner cuando volvía a la Isla y me acompañaba a pillar a la "Barriada de las tres mil viviendas" en el Polígono Norte, cuando no estaba tomada por la Policía Nacional, como si yo le importase de verdad.

- Todavía no, pero no sé si volveré - le contestaba con frialdad porque yo no me fio de nadie, no me fio ni de mi sol y sombra, y no le daba nunca más detalles. Había que andar con cuidado. No te fíes de nadie, ni de noche ni de día, ten cuidado.

Y con cuidado no era para tanto.