"Niebla maciza" de Alfonso Blanco Martín

20.09.2021

Me levanto una mañana con el sol, como hacemos, sin habernos puesto de acuerdo, todos los exiliados voluntariamente en Nueva Sidonia. Al asomarme a la ventana veo todos los perfiles turbios; las flores, los caminos, los tejados de las casas; me cruzo con los ojos de Philippe que pasa delante de mi mirada; hay miedo en ellos, en él, el equilibrado.

Me quedo perplejo, aunque no siento temor.

¿Querrá desaparecer nuestro mundo? ¿Habrá sido atacada Nueva Sidonia por la podredumbre de la que todos sus habitantes huimos en su momento?

Salgo de la casa y me acerco a la turbiedad de la hierba. Toco esa sensación neblinosa, espesa, y la noto viva. Retiro mi mano rápidamente con un sollozo de temor; veo que toda mi piel comienza a ser invadida por lo turbio mientras mis ideas y sensaciones parecen pretender mezclarse. Veo ojos que oyen, olfatos que aferran puñales, lenguas en forma de mariposa, pies que sienten amor y bocas cuyo dolor se expresa en colores.

No puedo seguir el ritmo de lo que pienso, me desmiembro y veo que me reconstruyo con la cara de Clara, el torso de Hermes, las piernas de Philippe y mis brazos. ¿Quién soy? me pregunto mientras comienzo a saber el que soy, alguien que no responde a quién sino a cómo empáticamente encaja en el mundo, ahora nítido y más desordenado que nunca, el mundo que abandonamos y cambiamos por el nuestro, el mundo que continúa siendo posible, aunque parezca imposible.

Este sueño real acabará conmigo o iniciará una etapa de posibilidad increíble y terriblemente difícil. Estoy abierto a lo que ocurra. Para eso y contando con ello me retiré a Nueva Sidonia.

Solo hay algo que me deja un tanto aterido: no poder hablar con mis conciudadanos sobre lo que siento, sobre lo que ellos acaban de ver, sobre la realidad que parece hablar sin palabras y quiebra nuestra seguridad.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)