"Nada a medias" de Lina A. Preciado Cano

13.07.2022

Cada vez que miro el mar, esa bien conocida imagen asalta mi memoria. El azul turquesa de su vestido moviéndose al unísono con el vaivén de las olas y sus dorados rizos simulando la danza de una medusa al compás del agua, vuelven a mí para dibujar su figura retorcida en mi cabeza. La propia Ariadna hubiera aplaudido la manera en que sigo el hilo del recuerdo, a través del laberinto de recónditos y estrechos pasajes que me llevan nuevamente a un rostro sin vida, con la mueca de la muerte plasmada en lo vacío de su mirada. Su cuerpo que, inerte, flotaba náufrago de su propia existencia, hace que vuelva en el tiempo a nuestra casa de la playa, la mañana en que todo ocurrió. Cuando mamá, en medio del desespero, me preguntó qué había pasado, yo le dije que no había visto nada por estar distraída recogiendo las conchas multicolores que la marea de la noche anterior había arrojado desde las profundidades a la playa. Mi padre, en medio de sollozos lastimeros, me abrazó y me dijo que nada de lo que había ocurrido era culpa mía. Luego de los múltiples interrogatorios y del muy concurrido funeral, la policía cerró el caso y fue declarado como un trágico accidente del cual mi hermana había sido la infortunada víctima. Lo que nadie sabe es que ese día, tomadas de la mano, salimos juntas por el sendero que conduce al acantilado. En secreto, le dije al oído durante el desayuno que había visto una sirena en el agua y que ella tenía que ir a buscarla por mí. Que si la encontraba, le daría mi parte de la colección de muñecas antiguas de porcelana que habíamos heredado de la abuela y así ella la tendría completa. La muy crédula saltó al agua helada y lo demás es historia. No sentí ni un ápice de remordimiento. A mí nunca me ha gustado compartir.

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Imagen: Obra de la pintora Edurne Gorrotxategi (Getxo, Bizkaia)