"Monstruos" de Manuel Serrano Funes

20.10.2021

Anochecía. El terreno delante de ellos era llano, a lo lejos asomaban unas lomas recortas frente la luna. El silencio cubría el espacio. Cerca de unas enormes piedras, dos hombres están sentados ante una mínima hoguera que tiñe sus caras de rojo.

Recuerdan con tristeza que hace muchos años, una gran piedra caída desde el cielo hizo que desapareciera todo y ahora tienen que luchar contra enormes monstruos. Conocen su destino.
Tienen miedo. Uno atiza el fuego para avivarlo y el otro le recrimina la acción por el temor a que sean descubiertos.
Temen a esa terrible criatura capaz de los mayores crímenes. Aún así tienen clara su obligación: tienen que acabar con ese ser que asusta a los animales y hace desaparecer a los hombres y mujeres que se cruzan en su camino.

Tienen que salvar a su pueblo, porque ese ser hace que las mujeres paran hijos deformes y que las vacas no den leche. Las gallinas dejan de poner huevos.

«Es un monstruo enorme», dicen los que lo han visto a lo lejos y han sido capaces de volver para contarlo. Otros cuentan que tiene más de diez ojos y que echa humo por la cabeza. Además, su voz es ronca y dura como el toque de un cuerno de carnero impulsado por el viento.

Detrás, los caballos enderezan las orejas presintiendo el peligro. Ellos se contagian y se miran. Aguzan los oídos, pero no notan nada raro. Solo un leve temblor en el suelo que les llegaba hasta el alma.

Se ponen de pie. Otean el horizonte. Al cabo de un momento, sobre una de las lomas aparece una luz potente que proyecta su haz hacia el cielo.

- Es hora de ponerse en marcha- dice uno.

- Sí. Ya no hay vuelta atrás- contesta el otro.

- ¿Nos ponemos la armadura?

- Yo no. El resultado será el mismo.

- Quizá nos salvaremos. O al menos uno de nosotros.

- Haz lo que quieras.

Se puso la armadura con todo el mimo, sabiendo que quizás nunca más volvería a rellenar aquella estructura de metal. Contempló su yelmo y recordó todas las abolladuras y las historias que había tras ellas. La espada le sirvió para arrodillarse y encomendarse a su dios. Fue a su caballo y lo pertrechó con todo tipo de guardas para evitarle sufrimiento. Su compañero le ayudó a montar y le dio la lanza. Luego subió a pelo en el suyo y juntos cabalgaron hacia aquella luz.

El silencio era estruendoso y los dos miraban hacia el mismo punto, cada uno de ellos rezaba en su interior intentando que su Dios llegara con su gracia y le preservara del peligro de muerte al que se enfrentaba.

Salieron del camino de tierra y se pusieron sobre otro diferente, muy negro y duro, pero a la vez con agujeros pequeños que permitían correr a los caballos.

Es un camino que nadie se atrevía a atravesar y buscaban los pasos por debajo. Algunos contaban que cuando estaba cruzando, un gran terremoto hizo que les cayeran piedras sobre sus cabezas.

A lo lejos se veía la luz. Al principio solo es una. Poco a poco, pero muy deprisa, iban apareciendo muchas más. Contaron: dos, tres, cuatro, cinco, seis... y hasta diez. Aprestaron sus lanzas y se prepararon para enfrentarse al monstruo.

Los dos caballeros se miraron. Uno bajó la visera de su yelmo, colocó la lanza en posición y los dos arremetieron contra aquel monstruo que echaba humo por la cabeza y gruñía con fuerza.

Un momento después se oyó un fuerte golpe y el chillido del monstruo-

El camionero se apeó del tráiler de dieciocho ruedas y se rascó la cabeza. No sabía de dónde habían salido aquellos dos locos a caballo vestidos de carnaval.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)