“Milanos” de Paqui Fernández Guerra

02.03.2021

Perdona, pero es que se me sale el odio. Bueno, ya sé que debería decir rencor, pero lo que siento de verdad es odio, y profundo. Aquella primera señora con la que viví interna por primera vez era miserable hasta decir basta. Pon hasta la náusea, que va a quedar mejor. ¡Vaya si me acuerdo de ella!.

¿Que de dónde sacaron el dinero para tanto que aparentaban? Antes de la guerra, los de esa casa tenían dos tierras que les habían dejado en herencia. Pero dos pedazos de campo extremeño da para poco, ya se sabe. Luego vino la guerra y esa poca tierra se convierte en muchas hectáreas. No te tengo yo que contar cómo fue aquel milagro del vino y los peces. Fue como si la tierra se hubiese vaciado desde dentro hacia fuera, como una sandía, y aparecieron terrenos, casas, dinero para quien poco tenía.

¿Cómo me va a dar envidia? Aquella nueva riqueza a medias no les hizo cambiar. Siguieron siendo unos pijos incultos. Además yo tenía 14 años de los de entonces. Todo el día trabajando, sin horario. No tenía tiempo para envidias. En mi casa esperaban a fin de mes la miseria que me pagaban. Aquello era así y eran lentejas. Lo que no le perdonaré nunca es que fuese tan zafia, tan tacaña. Tenía la casa llena de plata, pero siempre me andaba vigilando para que no gastara mucho del limpia metales. Como si aquello se limpiase sólo con el vaho de mi boca.

Por suerte. dos años después me consiguieron una casa en Badajoz y con 16 años ya ves las cosas de otra manera. Aquel calvario sin límite del pueblo me sirvió para mejorar en silencio. Sólo a mi madre le contaba las penas. A mi padre no le decía nada. Yo soy la tercera de cinco hermanos y ya entonces mi padre estaba mal. El campo lo derrotó y trabajaba en una cooperativa de chico para todo. No era cuestión de llevar a la casa más pesadumbre de la que había.

Pero si, Badajoz fue una suerte. Tenía seguro social, dos horas diarias de descanso y la tarde de los jueves y domingos libres para salir a pasear. Ganaba más dinero también y podía ayudar en mi casa y pensar en hacerme el ajuar... El ajuar... Pensar en el ajuar era una parte de nuestro destino, la meta de la vida era una gran sábana blanca llena de bordados. Pero una sábana del ajuar valía lo que cuatro sueldos míos.

Planchaba las sábanas de aquella casa recreándome. No, no soñaba con que podrían ser mías. Algunas de las puntillas eran de Almagro, en Ciudad Real, y allí hacen un encaje muy especial que me dijeron que se llama "milanos", como flores hechas de hilos que forman espigas. Pasaba la plancha por encima con cuidado y encaje se extendía como las amapolas. Y aquel olor de la plancha sobre la tela húmeda... Nunca lo olvido. Era buena gente aquella. Él era teniente coronel y ella una mujer muy educada, muy pía, de misa diaria y rosario todas las tardes. Pero al menos no me lo hacia rezar a mi, como la otra cretina.

Perdona, pero es que de recordarla se me salta la hiel. Y pensar la de años que mi madre estuvo trabajando para esa inculta, ayudándoles en la matanza, limpiando todos los días y lavándoles la ropa en mi casa. Yo no la conocí hasta que me tocó ir a su casa interna, pero cada vez que mi madre llevaba el hato de ropa para lavar se le cruzaba el ánimo con mi hermana y yo, que éramos las que teníamos que dejar limpia esa ropa; no se fiaba y luego ella tenía que escuchar a aquella mujer.

Siempre recuerdo el primer día que tuve que presentarme en su casa para quedarme allí. La chica que tenían estaba harta y se marchó, no sin escuchar antes una letanía de disparates. Yo aprendí a seguirle la corriente.

Ahora, con los años, ya he olvidado aquellos resabios. Y además, mira lo que es la vida; tú y yo aquí hablando de ella, pero ella ya está muerta.

Cómo es la vida ¿verdad?