"Mi sombra" de Mónika Yolotzin Velasco Gómez

Alistas tu vista opuesta hacia mí, mente en blanco y cuerpo en estado inerte. Guardas los susurros que portan consigo un mar de agonía en mi pecho que rasga mi alma y sofoca mi latir, llegando a conservar en tu ser esa única esperanza de verme sonreír honestamente una vez más. Me espías sin cesar todo el año, mostrando una mueca en mi lecho de soledad y ocultándote de mí cuando la vida fluye tal cual la predices; así fue y así será en la eternidad, después de todo te conozco, o eso me haces creer cada día.
Nunca te alejas ni te distancias, encontrándote siempre a quince pasos detrás de mí sin fallar; te asemejas mucho a aquel que se fue, tan puntual y considerado, convirtiendo en lástima el hecho de que nunca te dejes ver.
Transcurre el tiempo llevándose junto a él diez años de mi esencia tal vez, o puede que en realidad son cinco o incluso treinta... ahora que lo pienso, ¿qué era un año? La noción del tiempo se desvaneció de un pensamiento a otro, ya no se puede saber cuánto tiempo me haces seguir aquí.
El olvido se apodera de mi mente, disipando pensamientos y sentimientos al unísono cual melodía; amar, ¿qué era aquello que alguna vez tuve?
Mi pecho se encoge cuando la realidad me arremete, ¿tenía previsto este pesar? Esos recuerdos me asfixian mientras me observas en la lejanía, solo provocas que mi sangre hierva y mis músculos se tensen; tu eres así, siempre vigilante de mis acciones y regresándome la vida cuando me encuentro a punto de perderla, eres tan diferente a aquel que se fue.
Ese último día colapsé, te grité y culpé de mi aflicción y desasosiego, deseando desde lo más profundo de mi ser tu ausencia de aquello que vagamente considerabas como mi vida. No importaron los destrozos ni las palabras que salieron de mí, jamás saliste a consolarme, solo cumpliste mi deseo y te esfumaste como si nunca hubieses estado a mi lado.
Pasaron los días y la ausencia de tus susurros se sentía tan desoladora. Conversé con otros y me divertí con aquellos cercanos a mí sin sentir nada diferente en el interior. Me rodeé de gente hasta agotar mi energía sin llegar a comprender el porqué, cuando de imprevisto opté por mirar detrás de nosotros para presenciar la nada y el penetrante silencio que detuvo el tiempo por completo. Bajé mi mirada y ahí lo comprendí, el rastro de mi sombra pasaba desapercibida de entre las demás como un fantasma más, dentro de poco ya no habría rastro de ella.
Volví a casa llena de remordimiento, desplomándome en la cama y ocultando mi rostro entre las sábanas para sentir una pizca de calidez sobre mi piel, tornándose todo en vano. Rompí en llanto, finalmente estaba sola como siempre lo quise.
Al lloriquear incesantemente pensé en cómo anhelaba verte de nuevo, reencontrarme en tus pensamientos y escuchar tus susurros surgir con mayor fuerza; que deseo más ingenuo fue aquel que pasó por mi mente, ahora el tiempo había recobrado sentido.
En medio del silencio logro sentir una mano cálida posarse sobre mi cabello, dando pequeñas caricias con pizcas de consuelo. Mis llantos y latidos se detienen al percibir una sombra junto a mí, mi corazón da su último suspiro creyendo que aquello era mera imaginación mía. Alzo mi vista llenando de lágrimas mis ojos al encontrar tu cálida mirada.
-¿De verdad eres tú...?
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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)