"Mi madre no tiene corazón" de Ivette Crespo Bonet

28.09.2020

La noche que salí de la habitación del hospital dejando a mi madre dormida, me sentía abatido. Le besé la frente y la dejé con tristeza porque creo que el optimismo que ella muestra cuando la visito es tan solo un velo transparente de falsa alegría. Mi santa madre no merece morir a la espera de un corazón. Ella, que se desvive por su familia y que ha sido la más amorosa de las madres, yace en una cama de hospital esperando recibir un corazón sano. La mujer con el más noble corazón que conozco, ahora necesita uno. Pareciera que de tanto amar se le agotaron las fuerzas para palpitar.

Yo sé que mi madre morirá sin recibirlo. Tiene una edad mayor y otras complicaciones de salud que no la convierten en candidata ideal. No querrán malgastar semejante órgano en un paciente con pocas posibilidades de éxito. La lista es larga, la compatibilidad difícil y la disponibilidad escasa.

Cualquier chico de dieciocho le arrebataría su lugar en la fila. Estamos esperando un corazón que no llegará mientras el suyo pierde fortaleza y late más lento cada día. Vana es la espera.

Salí del hospital con la cabeza echa un lio. Creando en mi mente escenarios inverosímiles que llevaran a mi madre al quirófano para trasplante. No me concentraba en la carretera. No reparé en la fuerza que aplicaba al acelerador. Ni siquiera recuerdo haber visto el semáforo en rojo. Lo último que tengo en la memoria es el ruido del impacto. Lo siguiente fue a retazos. Una luz azul circulante, un joven paramédico mirándome desde arriba y moviendo los labios diciendo cosas que yo no comprendía. Recuerdo ver mi cuerpo en sangre y sentir su sabor en la boca. Por momentos estuve consiente y por momentos me iba. Me esforcé por hablar pero no puedo asegurar si logré decir lo que quería.

El otro auto quedó inservible. Escuché decir que el cuerpo salió y quedó tirado en la gravilla. No supe más. Cuando recobré la conciencia me encontraba en terapia intensiva. Batallaba entre la vida y la muerte pero en mis momentos de total lucidez, la culpabilidad me abatía. Sintiéndome mezquino y miserable escuché decir que la otra persona quedó ciega pero aún tenía vida.

Mi recuperación fue extraordinaria considerando la magnitud de las heridas. Preguntaba por mi madre y siempre decían que desconocían. Nadie dijo nada hasta que vieron mi mejoría. Muy lamentable que mi madre murió en esos días.
Fui a pedir perdón al conductor al que casi le arrebato la vida. Me abrazó y me perdonó igual como mi madre lo haría. A ella el corazón nunca le llegó, pero su amor aun destila. Sus ojos siguen dando luz. Los veo en su mirada y todavía brillan.