"Los tirabuzones de Lowecraft", de Mariaje López

22.05.2019

Le he pedido a mi madre que me corte el pelo. Bueno, se lo llevo pidiendo desde los tres años, pero hoy, ya con seis, se lo he exigido. Quiero usar pantalones y no volver a ponerme un vestido nunca más. A ver si los mayores dejan de llamarme rayito de sol por el azul de mis ojos y esos melifluos bucles dorados que adornan mis hombros.

Cuando me quejo, ella me enseña retratos del siglo XVIII donde los hombres llevan el pelo igual que yo; antes eso me tranquilizaba pero ahora no. Quiero llevar el pelo corto y que nadie dude de mi sexo, como hasta incluso lo he dudado yo. Soy un niño como los otros, por mucho que mi madre insista en que no lo soy, en que pertenezco a una familia noble y no debo mezclarme con gente inferior, y porque además soy tan feo, dice, que se reirán de mí.

El abuelo dice que la muerte de papá destrozó sus nervios, y la disculpa por eso, pero yo no soy responsable de esa desgracia. A mi padre casi ni lo conocí, y no siento que mi madre me quiera, aunque me lo consienta todo, especialmente en la mesa: como lo que quiero cuando quiero, y lo mismo pasa con los horarios. Duermo de día y leo de noche. ¡Ah, esa biblioteca del abuelo! Mi cueva, mi castillo, mi paraíso. En ella vivo mis mil y una noches, y aprendo cultos de dioses antiguos, ya muertos o escondidos. Tal vez aguardan aletargados a que la humanidad los despierte de algún modo. Hay en los estantes muchos libros de mitología clásica; entre ellos la Biblia. Leo perfectamente desde los cinco años, edad a la que me declaré formalmente ateo.

Mamá ha llorado copiosamente al cortarme los rizos. Dice que ahora tengo un aspecto repulsivo y ha jurado que no me volverá a tocar. Mis dos tías no dudan que cumplirá su palabra, pero yo confío en que se le pase. Espero que algún día se sienta muy orgullosa de mí, que para eso soy su único hijo.

Sólo espero que mientras tanto, esos monstruos que me arrancan del sueño cada noche no me hagan necesitar con desespero sus abrazos.