"Las perchas son tuyas" de Mariana Martínez Costa

20.09.2021

Elena encendió el cuarto cigarrillo y lo mantuvo entre sus dedos, jugando, mirando un punto indefinido, perdida y casi ausente. Una lluvia finita y constante le mojó el pelo, pero no el alma. Desde el balcón observaba la avenida, los negocios abiertos y la gente agolpándose frente al local de ropa, ese nuevo sobre el boulevard. Apagó y retorció el resto de cigarro sobre el barandal de cemento, algo que Luis detesta, pero no le importa, porque esa tarde será la última en que deba soportar su cara de ofendido, de enojado serial. Está tentada a encender otro, pero prefiere guardar lo que resta de ropa en la maleta. Repasa una vez más lo que deja en aquella casa, esa que no le pertenece, porque es de los padres de Luis. Y aunque él le ha jurado que siempre sería su hogar, Elena nunca pudo apropiarse de aquel vejestorio de la calle 11 de septiembre.

Luis aparece en el living y la mira sin ver, pero observa algo nuevo, un brillo distinto en sus ojos, una cuota de valentía instalada con determinación, ahí está, la famosa llama de la libertad.

- Me voy Luis, esto no da para más. - dice con vos decidida y concordia de sobra.

- ¿De qué hablas, Helen? No entiendo, ¿a dónde te vas? ¿A lo de tus viejos? -responde desconcertado.

- No Luis, me alquilé un departamento. Me voy, no soy feliz. Necesito resetearme y empezar de cero.

Basta de cuestionamiento, de control, de persecución a toda hora, me cansé. Esto no da para más. Quiero otra vida, me la merezco.

Luis la observa, guarda el celular y se baja los lentes bifocales. - Si te hace feliz ándate, nadie te lo va a impedir-. Elena duda, no espera esta rendición repentina, ansía una pelea, que luchase por su amor. Una falsa promesa de un amor renovado, que va a cambiar, no más mensajes a toda hora, queriendo saber su paradero, no más miradas de reojo para tantear su celular. Esperaba más, pero la gente no cambia, la gente es como es y uno no puede hacer nada por ellos. Luis levanta la cabeza y dice:

- Si querés, llévate las perchas también.

Elena le responde: - quédate con las putas perchas, no las quiero.

Da un portazo y deja el departamento y aunque las perchas les vienen bien, mejor le viene esta nueva libertad. Baja la escalera con una dignidad que la apabulle y se aleja, como quien deja un mal recuerdo en soledad. Afuera dejó de llover y un rayo de sol forma un arcoíris, la avenida se ilumina, todo vuelve a empezar, es una tarde cualquiera en el boulevard.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)