"Las manos del padre" de Adolfo Olmedo

29.08.2021

Desde hacía demasiado tiempo intentaba recuperar una relación que nunca debió perder, pero el tiempo, la distancia y el silencio habían conseguido romperla.

El padre pasaba los días en su habitación, solo. El hijo lo observaba y esperaba el momento idóneo para entrar y reencontrarse. Así fue como padre e hijo pudieron, aquellas tardes de otoño y con la excusa del recuerdo y la memoria, recuperar el tiempo perdido. Aquellos días fueron importantes para ambos; el padre pudo comprobar que, a pesar de sentirse solo, no lo estaba en realidad, y para el hijo fue la última oportunidad de volver a sentir quién había sido el ser más importante en su vida. Pasaron las tardes y en cada una de ellas padre e hijo conseguían acercarse más y más, recuperando, finalmente, su vida en común.

Unas semanas más tarde, llegado el momento de la despedida y del último adiós, no hubo lugar para la tristeza; se despidieron con una sonrisa y un abrazo con el que el hijo pudo sentir las manos del padre. Unas manos que cada cierto tiempo aparecen en la noche de los sueños. Unos sueños que se repiten, noche tras noche, y que recrean una infancia feliz en la que el padre era su referente, su ejemplo a seguir. Con el paso de los años, los deseos del padre cayeron en el olvido y el hijo no los cumplió. Afortunadamente, la vida en algunas ocasiones da una segunda oportunidad y gracias a ello, padre e hijo pudieron recuperar un destino que siempre estuvo presente. Fueron tardes de confesiones y secretos compartidos, de verdades y de perdones. Unos momentos en los que la libertad y la vida vivida eran lo único realmente importante.

Hoy, y gracias a mi padre, fui, soy y seré un niño y un hombre que nunca olvidará sus manos y las mías, unidas para siempre.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)