"Las garras de la culpa" de Juan Pablo Goñi Capurro

08.11.2020

El gato, en el paredón, imbuido de la majestuosidad de las deidades egipcias, estira el cuello. La cabeza queda suspendida sobre el patio, en cuyo fondo se destacan dos naranjos deshojados. Mira aquí, mira allá, estudia las sombras que dibuja la luna llena.

Luciana y Hernán se aman con la ansiedad de los prófugos, oídos y ojos atentos a lo que sucede en la casa, donde padres moralistas duermen el sueño de los justos. Han dejado alzada la persiana que da al patio, verán cualquier luz que se encienda en el interior. Mordisqueándose para ahogar los gritos, las ropas enredadas en los tobillos, ruedan sin enterarse de la humedad del pasto. Las sombras los cubren y los desnudan, los amparan y los denuncian.

Es él quien ve una garra reflejada en el breve espacio embaldosado. Se suelta, cae al intentar incorporarse. Sorprendida, ella tira de él. Hernán la empuja, quiere llegar a la parrilla por la que deberá saltar para huir del jardín. Luciana se aferra a sus tobillos, debe arrastrarla consigo sobre la superficie rugosa de baldosas grises. Oyen pasos, se enciende una luz en la casa. Luciana grita, Hernán le patea el rostro y se libera. Alza los pantalones, se escuchan maniobras en la puerta de chapa. El joven pisa la base de la parrilla, sube y se topa con otra garra gigantesca. Da un alarido.

Una figura se dibuja en el vano de la puerta, el brazo armado con un rifle. El disparo retumba en el paredón. Hernán cae sobre Luciana, sus cabezas producen un crujido que hace soltar el arma al tirador, en tanto otra figura se une al hombre del rifle, e intenta ver qué sucede en su jardín. El silencio se instala.

Cuando advierte que se trata de una pareja de humanos la que grita, y otra la que no se mueve del suelo, el gato vuelve a erguirse. Gira el cuello y retoma su paseo digno de faraones, inmune a las cuitas y a las culpas de la humanidad.