"Las añoranzas de una dama en su morada", de Manuel Cabezas Velasco

22.03.2019

Acontecido había ya un tiempo que se asemejó a un suspiro. Las décadas de incesante lucha y de continuos traslados se habían sucedido. Había acarreado sobre sí el compromiso de educar a sus dos chiquillas en soledad, pues temprana había sido la desaparición de su compañero de existencia. Aún se sentía joven para enclaustrarse en aquella viudedad viéndose atrapada entre aquellas cuatro paredes, a pesar de que la vida le hubiese dado tan crudo revés. Incluso también recordaba cómo tuvo que alejarse de las mismas y la alegría que recuperó con su regreso.

Sin embargo, aquellos muros, aquellas dependencias, aquellos objetos que llenaban su añorada casa, siempre le recordarían a él. Aún recordaba las tardes de chanzas y el deleite en torno a aquel piano que se encontraba en el salón principal con los grandes amigos, siempre mostrando de él su huella más profunda. Sus herederas eran su legado más preciado. A través de sus ojos, lo seguía viendo a él. Sus vivencias, sus viajes, sus recuerdos de familia, sus abanicos, sus libros, su vajilla, todos los objetos que transitaban alrededor de la mesa a la hora de las comidas o que habían sido recordados en aquel entorno, también le evocarían su no presencia. Incluso cuando se aproximaba a la puerta principal y posaba su mano sobre aquel asidero tan especial en el que más de una vez había contemplado aquellas letras que le retrotraían a él.

Tras más de cuatro décadas desde que aquella dama cesase de ocupar las estancias de aquella morada tras perder su último hálito de vida, el recuerdo y el testimonio permanecían en la memoria. Testigo de aquellos aconteceres que aún recordaba había sido su nieta, quien finalmente pudo ver de nuevo cómo aquellas puertas mostraban los entresijos de su familia encerrados durante algo más de una década.