"Lamento", de Miguel Ángel de la Calle Villagrán

04.04.2019

"Estamos aquí, a la lumbre, vuestro padre y yo. Desde que os fuisteis anda un poco amohinado. No os preocupéis, ya se le irá pasando, ya le conocéis. Es un testarrón, se pasa el día, dale que te pego, refunfuñando con la misma murga. Ya veis , he tenido que ponerme a escribiros yo, porque el dice que se pone malo, que le llevan los demonios".

He venido a pasar unos días, solo, en lo nuestro. Me he traído vuestras cartas aquí. Quiero leerlas y releerlas.

Se dice pronto, pero he necesitado muchos años, para empezar a comprender bien esta historia; para comprenderte, para comprenderos, para comprenderme.

Querría llenar estos papeles de palabras, que son lágrimas y dejarlas aventar por los pinares y montes, por el río y los secanos, por las veredas, por las lindes, por los páramos, para que todos ellos juntos las acunen con nostalgia y escriban a su manera, poemas que son lamentos o lamentos que son poemas.

He venido al pueblo para recordarte, para recordaros, para recordarme. Esta mañana he bajado por el camino de las Tres Cruces al río. La niebla rompía el espejo de las aguas y he tenido que mirarlas con tus ojos y tu alma.

"De lo de la Lucita, dice que ni hablar. Se ha cerrado en banda y que si quieres. La Lucita le quiere convencer, pero ya sabéis cómo es. Que la chica ni hablar, y que no se hable más. Yo también le digo mis cosas, pero él, que el dinero no lo es todo, que dónde mejor que en casa. No hay quien pueda con él. Me manda que os diga que no mandéis dinero, que aquí para comer ya tenemos".

Vosotros siempre estabais bien, siempre os arreglabais con todo y a nosotros, todo nos iba bien. Pero a ti, te llevaban los demonios sin tus hijos, y a nosotros, a mí, me faltaba la tierra, el horizonte, el río, el matorral, la vereda y este fuego en el que me miro.

Cincuenta años atrás, poco a poco, uno a uno, arrancados de la tierra, castigados a no ver el horizonte, sin otra verdad que un presente de supervivencia, por un piso, por una casa que aquí, en el pueblo se esta hundiendo.

En los campos, el dolor se defiende de los cardos y la grama. En la casa, con el barro del tejado, crece la hierba por mayo. Y dentro, dentro todas las voces, todos los ecos. Fuera el corral. Trillos desdentados, arados aún relucientes y en una esquina, el carro, nuestro carro, yace hundiéndose en la tierra, tal vez soñando caminos.

Nunca quisiste ir a la ciudad, pero al cabo, te dejaste llevar por madre. Ella quería, pobre, estar con sus hijos. Aquí, estoy como tonto, decías. No entendías, ni los vientos, ni las nubes, ni las noches, ni los días. Esperabas que la tarde se cerrara en aguas y al poco se abrían las nubes y aparecía el sol. Y si el raso iba a descargar su consabida helada, templaba, amanecía lloviendo y te llevaban los demonios. Aquí estoy como tonto, repetías.

Pronto comenzaste a vivir ausente. Y te fuiste apagando, lejos de tu horizonte, soñando con tus caminos.

Aquella tarde, con tus tontunas, decías que te marchabas. Estabas en la cama cuando volví del trabajo, querías decirme algo: " Juan, si vas al pueblo algún día, levántate muy temprano, baja por la vereda de las Tres Cruces al río y al llegar a la chopera, sube un poco a la derecha y siéntate a esperar el alba. Escucha hijo, cómo se oye la cascada, mira cómo espejea el río y cómo huele la tierra en la alborada.

A los pocos días amaneciste muerto, en la cama, tenías los ojos abiertos y el rostro hacia la ventana.

Sin saberlo, nuestro presente se olvidó de tu crepúsculo. Y te robamos una muerte, la tuya, para dejarte morir en un piso cualquiera, de una calle cualquiera, de una ciudad que te encogía los huesos.