"Lagartija Dalemparte", de Perfecto Conde Muruais

26.05.2019

Esmeralda Esmeraldina Dalemparte era hija de Esmeralda Dalemparte, nieta de Esmeraldina Dalemparte, biznieta de Esmeralda Dalemparte, tataranieta de Esmeraldina Dalemparte y es probable que su onomástica familiar haya sido así precedentemente. Sin embargo, todo indica que el vínculo descendiente lo rompió de manera definitiva el accidente doméstico que obligó a los médicos a imponer una extirpación de ovarios en el cuerpo de Esmeralda Esmeraldina Dalemparte, con la inevitable consecuencia de dar al traste con la que tal vez haya sido una de las secuencias más largas de filiaciones de padres desconocidos desde que se consagró la sacrosanta sagrada familia sin permiso de Carlos Marx.

-¿Y ahora qué hago yo?, se preguntó la última Dalemparte.

En realidad, se podría haber contestado de muy diversas maneras, pero se decantó rápidamente por la que le pareció la respuesta más extravagante: "A mí plin, que soy de Lalín, y al que no le guste el vino que le hagan tomar dos `cuncas´. A partir de ahora me voy a apañar para que el apellido Dalemparte siga conservándose sin necesidad de que concurra ninguna aportación masculina".

Esmeralda Esmeraldina pasó mucho tiempo pensando qué podía hacer para llevar a cabo su plan, que no era nada fácil, desde luego. Se le ocurrieron muchas cosas, incluso recurrir a la adopción procedente de China o de cualquier otro país a los que todavía les sobran los niños, pero los fue descartando todos, uno detrás de otro, porque le parecían o demasiado banales o excesivamente complejos y, sobre todo, complicados, hasta que el largo final de una noche de insomnio, sostenido en re mayor a base de tragos de Macallan y no pocos petas bien liados, le reabrió los ojos y, de modo especial, el cerebro: "Ya lo tengo", exclamó, "adoptaré un animal que haga prevalecer la estirpe".

Al día siguiente empezó a leer todos los libros sobre animales que había en su biblioteca, visitó las numerosas librerías que hay en su ciudad y compró en Amazon decenas de volúmenes que le parecieron útiles para despejar sus dudas. Por desgracia y como buena aficionada a saber algo de todo y nada de casi nada, se le pasó consultar Mi familia y otros animales de Gerald Durrell y siguió adelante con su estrambótico proyecto de liarla parda.

Y la verdad es que casi la lió. Descartó la adopción de una perra porque le pareció demasiado tópica la elección. De una gata pensó que su extremada independencia podría representar algún resultado inconveniente. ¿Y una vaca? ¿Una cerda? ¿Una hipopótama? ¿Acaso una culebra, una cocodrila o una oveja merina? ¿Por qué no una cabra loca? ¿No estaría mejor una osa parda o, aunque fuese, una osa perezosa? Una osa perezosa, mejor que no. Dado su carácter, no aseguraría la continuidad de la estirpe Dalemparte.

De descarte en descarte, llegó a la conclusión definitiva. Adoptaría una lagartija. "Es un animal bello, ágil, estilizado, grácil, colorido, habilidoso... Hasta se puede decir que algo misterioso (sin pasarse). Además, tiene la ventaja de que come poco y no hay que comprarle mucha Solán de Cabras para completar su dieta", razonó sobre la marcha. 

Contempló, además, la gran variedad de lagartijas que hay para escoger: lagartija verde, rayada nortina, parda, patagónica, patagónica de Bribón, Boulenger, Bürger, Constanza, Copiapó, Cristán, Curicó, lagartija de vientre azul, de Donoso, de Eleodoro, de Fitzgerald, de Fabián, lagartija oscura, de Gravenhors, Hellminch, de Hernán, de Isluga, de Ortiz, lemniscata, de líneas blancas, de Müllers, colirroja, aranesa, carpetana, serrana, ibérica, parda, roquera, andaluza, colilarga, colilarga oriental, colilarga occidental, peruana, de las playas, qalaywa, del Napo, de Marañón, Turqueque, Tutecas... "Joder, en las elecciones españolas hay una variedad muchísimo menor, sin que se pueda decir que sea escasa", acabó hablándose a sí misma.

Lástima que, antes de que le diera tiempo a llegar a una tienda de animales exóticos de compañía, ya se había dado cuenta de que las Esmeralda Esmeraldina Dalemparte estaban condenadas a desaparecer para ser sustituidas por las lagartijas Dalemparte. A Durrell seguramente le hubiera hecho mucha gracia conocer el caso.