"La última frase por mi bien" de María Caballero García

27.10.2021

Manolo repite, «niña, ese hombre no te quiere». ¡Qué va a decir él!, si está enamorado de Inés desde crío y, aún hoy, pone ojillos de corderito al tenerla cerca. Veinte años de un amor no correspondido sin perder la esperanza. A la chica le gustan otros hombres, no los que son como Manolo, que en el fondo parecen unos padres. No es el ideal que quisiera abrazar por las noches y amanecer con su aliento rozando su piel. Detesta encontrárselo, desde hace un tiempo la envenena con frases que no desea escuchar y, aunque se lo ruega, no se las calla.

Inés de frases sabe un rato, lleva oyéndolas desde niña, sin comprenderlas intuyó que olían a machismo. Desconocía el significado de esa palabra, machismo, cuando la sedujo. Se la escuchó una mañana a una señora mientras aguardaba, paciente, a que su madre comprase en la frutería. Al llegar a casa, la buscó en el diccionario, como no sabía leer de corrido no entendió todo lo que ponía en esa página. Lo que sí tuvo claro fue que se refería al trato discriminatorio respecto a sus hermanos. Su madre decía, «lo tienes que hacer tú porque eres una chica». El padre apostillaba, «las tareas del hogar no son cosa de chicos». Y esa diferencia la dejaba relegada al último puesto en su familia, primero estaban sus padres, después sus hermanos, y ella, en realidad, no tenía un lugar relevante, tan solo obligaciones sin derecho a casi nada.

Frases que hieren y humillan a la Inés adolescente, «parece mentira que seas una chica». Comienza a comprender que su valía es su cuerpo de mujer. Decide ocultar su tesoro, se avergüenza de sus pechos, del sexo naciente. Viste camisetas dos tallas más grandes, pantalones holgados, pelo rapado. El hermano mayor la tortura, «pareces un chicazo». Su madre no confía en que será una buena esposa sin haber aprendido a cocinar, a coser o a hacer ganchillo. Incluso vestida de marimacho un chico al mirarla ve lo que no muestra. Escarba entre tanta tela y aflora a la superficie una mujer con una bonita figura, bastante atractiva y más femenina de lo que pudiese imaginar. Se produce un cambio radical, la ropa entallada realza sus curvas, con el maquillaje su rostro adquiere magia, se deja crecer el cabello para que ondee con su caminar seguro. Se olvida de las frases dolorosas que tratan de hundirla.

En cada cita reafirma que el amor rompió el cascarón bajo el que se escondía y la transformó en mariposa. El hombre que la ama, se acerca tanto que el halo de su respiración empaña el cristal de sus gafas. Con el brazo izquierdo sujeta su cabeza, Inés entorna los ojos, aguarda el ansiado beso. Aproxima el brazo derecho a la joven, no para acariciarla, le quita la pintura de labios en dos manotazo, uno hacia un lado, otro hacia el contrario. Inés no ve su cara, la imagina ensangrentada de rojo carmín. No comprende esta reacción. Su cuerpo se tensa, no pestañea, exige una explicación. Tiembla al compás de la rabia que brota en su interior. Él, con mirada de loco, la agarra por el cuello, le sugiere que no vuelva a pintarse, que a partir de ese día con la cara lavada, y ya le dirá la ropa que se puede poner. No debió pronunciar esa última frase, «es por tu bien, bonita». En cuanto la suelta, corre, la falda ajustada impide que avance. La sube de un tirón, sin mostrar lo prohibido descubre aún más sus bronceadas piernas. Uno de los zapatos de tacón lo tira lejos, el otro resbala de su mano con suavidad. Se deshace la coleta, el cabello revolotea tan libre como se siente ella. En ese momento desconoce su destino, solo sabe que por su bien no dejará de correr.

Manolo la espera en la esquina, como cada tarde, para verla pasar. Sería sencillo detenerse, abrazarle y quedarse con el hombre que le ofrece un amor protector, sincero y de igual a igual. Sería un gran error, porque no está enamorada, le quiere, pero de otra forma, sin llevarlo clavado en lo más hondo ni desear envejecer a su lado.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)