"La ultima explosión" de Juan Manuel Sánchez Moreno

30.08.2022

Media hora antes de las dos de la tarde, la víspera de la fecha indicada por el tirano y muy lejos de cualquier parte como para despertar sospechas, la doctora encendió su ordenador y, mirándome con desencanto, reconoció que aquel tipo tan estrafalario de la televisión cumpliría su palabra y que se avecinaba una catástrofe, quién sabe de qué naturaleza, pero apenas nos quedaban veinticuatro horas y media para presenciar grandes cambios, o al menos el preludio de los mismos.

De nada valía ya esconder fórmulas y documentos, pues iban a ser de poca utilidad tras el desastre y la agonía del planeta. Al diablo las menciones y los diplomas de mi jefa, que siempre pensó en el heroísmo como un acto íntimo y discreto, pero que tenía bien enmarcados los innumerables galardones, y siempre esperaba sin disimulo una llamada desde Suecia.

En cuanto a mí, toda mi carrera estaba a la sombra de aquella brillante y generosa científica que, a cambio de nada, aceptó dirigir las investigaciones de un bisoño físico en el campo de las nuevas armas del siglo XXI.

A falta de media hora para las dos de la mañana, el día indicado por aquel dictador desalmado para arrasarlo todo, la doctora se puso a observar el firmamento mientras encendía un cigarrillo al lado de unas bombonas de gases inflamables, aunque con tal naturalidad que era imposible temer daño alguno salvo, quién sabe, la colisión de dos cuerpos extraños en aquel cielo azul y estrellado. Semejante gesto de imprudencia indicaba que no quedaba mucho por hacer. Huir no tenía sentido, ya que no había adónde ni cómo, y quedarse tampoco era una solución, salvo para esperar el incierto desenlace brindando con la última botella por las últimas doce horas y media de nuestras vidas.

- Estamos de suerte, dijo la doctora al descubrir que había más de una botella, aunque, viéndome tan joven y ya condenado, moderó su entusiasmo y me sirvió un buen vaso, luego otro, y luego todo el suelo se llenó de ropa, y ya no recuerdo más, salvo que a una media hora para las dos de la tarde, el día anunciado por el tirano, la doctora me confesó que, además de borracha y en cueros, estaba casada.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)