"La tierra protegida", de Javier Reiriz Villar

26.05.2019

Como cada mañana, Isiah Brown pasa los primeros momentos del alba en el porche de su casa, sentado en su vieja mecedora y con la mirada puesta en algún punto de un horizonte amenazadoramente cercano. La mañana es espléndida y lo único que rompe la quietud del lugar es el fino hilo azulado que asciende de su pipa, humo apenas perturbado por una ligerísima brisa procedente de las montañas. En esas cumbres descansa precisamente la mirada de Isiah.

-Parece que hoy el humo del volcán tiene algo de raro -dice a Adelaide, su mujer, que acaba de irrumpir en el porche.

-Llevas diciendo eso desde que te conozco, Isiah Brown, y de ello hace ya mucho tiempo. Yo lo veo como siempre.

-Fíjate bien -insiste-, ¿no te da la sensación de que está más cargado, como más... amenazador.

-Para mí es el mismo jodido humo de siempre, ni más ni menos apestoso que el que sale de tu pipa -parece que Adelaide no está de humor- ¡La de años que han pasado y no consigo acostumbrarme a él!

-Muestra un poco de respeto por Jack, Adele, no vaya a ser que se enfade.

-Eres un negro viejo y romántico, Isiah Brown ¡Mira que ponerle nombre humano a un volcán!

¿Todavía crees que ese... como se llame, tiene vida?

-¡Pues claro que la tiene! Pero no el volcán sino el Ente que lo controla. ¿Acaso no han sido suficientes las señales que nos ha enviado para demostrarlo?

-¿Señales?, ¿te refieres a esos conatos o a tu terquedad por permanecer en un lugar que ni las más miserables alimañas quisieran para vivir?

-No fueron conatos, Adele -Isiah serena su tono porque sabe que cuando Adelaide se enfada, ni el volcán tiene arrestos para calmarla-. Fueron señales. ¿Recuerdas, en el '62, cuando el banco quiso hacer valer su derecho sobre nuestra propiedad y desahuciarnos?

-Ya estás otra vez con lo mismo -Adelaide no da el brazo a torcer-. Fue una chiripa, Isiah, pura casualidad que ese volcán entrase en erupción, aunque luego cortara de cuajo y se calmase.

-¿Ves, Adele? La diferencia entre nosotros dos es que yo soy agradecido y sé reconocer cuando alguien se moja por nosotros. No fue casualidad. Jack hizo ver a esos cabrones que sin su control sobre el volcán la tierra que hay en este valle no vale un centavo. De poco le hubiera servido al banco quedarse con nuestra casa si nadie la quiere ni regalada. ¿Y lo del '85?, ¿también fue...?, ¿cómo lo llamaste..?, ¿chiripa? Si no fuese por Jack, que activó el volcán y desvió el curso del río, el reventón de la presa hubiese anegado el valle y hubiésemos perecido ahogados.

-Suerte, mucha suerte -Adelaide suspira-. Ese día volvimos a nacer. ¿Sabes? Creo que fue a partir de ese momento cuando empecé a creer que tal vez este sitio no fuese tan malo como pensaba. No le otorgo la gracia a ese volcán de nuestra buena estrella, pero reconozco que este lugar tiene algo de especial. No sé si hay alguien o algo detrás de todo esto, pero me resisto a pensar que un ente, o lo que sea, tenga el control de los hilos que mueven nuestras vidas. No y mil veces no, Isiah Brown -Adelaide da media vuelta, cruza el porche y se pierde en la frondosidad del huerto que tienen hacia poniente.

Cuando Adelaide desaparece, Isiah Brown impulsa de nuevo la mecedora, da una profunda calada a su pipa y comprueba que esta se ha apagado. A lo lejos, el volcán, como imitando su gesto, parece también haber moderado su actividad.

-¿Sabes, Jack? -se interrumpe para encender de nuevo la pipa-. Ella no sabe de qué va todo esto. Jamás se lo he contado y, dadas las circunstancias, quizá sea mejor que siga ignorándolo. Un Ente como tú que cambia de volcán constantemente y que tiene que tomar decisiones difíciles es mejor que pase desapercibido. Ella no tiene por qué saber que en el inicio de los tiempos todo era distinto, que las gentes eran diferentes y que vosotros, los Entes, también.

Sí, mejor que no te asocie con lo de Pompeya.