“La ternera de Las Flores” de Miguel Ángel de la Calle Villagrán

01.03.2021

Otoño del cincuenta y ocho, tal vez del cincuenta y nueve. Padre ha comprado una ternera. No sé dónde, no sé a quién, pero aquel día había que ir a buscarla a la puerta de la tía Juliana. Allí paraba Trasportes Flores, junto al paredón de la iglesia. Todo el mundo le llamaba "las Flores". Pasaba por el pueblo, no sé si todos los días o algunos días a la semana. Siempre llegaba en torno al mediodía y lo mismo descargaba cajas, que sacos, que terneros, que relucientes catres o amplios somieres.

Aquel día, a la hora habitual, paró "las Flores", bajó el portón el chofer y allí estaba ella, la ternera suiza, blanca y negra, temblando, asustada. Casi arrastrándola y a empujones, lograron bajarla por el portón inclinado, apoyado sobre el suelo. ¡Una chota blanca y negra!, pensé sin poder disimular mi alegría. Atada a una soga por el cuello, Padre la llevaba carretera abajo. Al llegar a la esquina, frente a la casa del tío Emiliano, Padre me pasó la soga. "¡Llévala tú Miguel ! ¿Te atreves?" Me dijo. Cogí la soga con una mezcla de temor y de orgullo por la confianza que me daba Padre. No recuerdo cuántos pasos llegué a dar. De pronto la ternera se espantó ó tal vez la espantaron. El caso es que yo noté un tirón y la chota suiza, no paró de correr calle arriba hasta la esquina del corral de mi casa. Padre la había cogido del cuello y me miraba esbozando una sonrisa. Yo, sólo vi aquel día, en su cara, un gesto de satisfacción. No había soltado la soga y la ternera me había arrastrado por la calle, por el barro, la basura, las cagarrutas de las ovejas y las boñigas de las vacas que abundaban por el suelo. Me levanté asustado, con la ropa perdida y las piernas desolladas. "¡Valiente Miguel, valiente!"

Así conservo, grabado este recuerdo: la chota suiza, la sonrisa de Padre y sus palabras...Tendría entonces cinco o tal vez seis años.

Al espantarse la ternera pasaron muchas cosas por mi cabeza, pero sólo recuerdo una: no puedo soltar, no puede escapar, no puedo soltar. No podía fallar a mi padre, pensaba. Aquella confianza de mi Padre, fue sin duda un extraordinario cimiento educativo.

Aquel día, el cielo y la tierra se juntaron, para que aquel niño supiera que tenía un lugar en el mundo.

"Que jodío chico", decía el tío Elías, testigo de aquel arrastre. "¿Qué pensabas, que se iba a escapar?". Me decía.

Madre me metió en el fregadero y con aquel estropajo de esparto, me dejó como el jaspe. Y ya limpio, con las bromas de mis hermanos y el abrazo de mi Madre, me sentí feliz.