"La terapia" de Esteban Torres Sagra

31.10.2020

Acababa de abrir una botella de cabernet sauvignon, carísima; quiero decir: ¡buenísima!, cuando sonó el móvil de mi esposa en la mesilla del salón. Esa sintonía inconfundible y desfasada: "Venecia" de Hombres G. que a ella le recuerda a su primer novio, bueno, si no al primero, sí al último antes de un servidor. Pronto comprendí que hablaba con su señora madre y pronto también que yo era el objeto central de la conversación.

Al instante se me agrió el vino de la boca por lo poco que pude oír y me puse a repasar mentalmente el alcance de la situación. No me acordaba de mucho, en realidad, solo que hicimos una terapia con mi psicoanalista hace unos meses. Consistía en escribirle una carta a alguien para contarle en una hoja de papel lo que nunca nos atrevimos a decirle a la cara. Y, luego, lanzar al océano la nota dentro de una botella de cristal, como un náufrago desesperado en una novela romántica.

Recuerdo que subimos a la barca con él los seis del grupo: "PODER ATREVERSE", o tal vez: "ATREVERSE ES PODER", o quizás: "EL ATREVIMIENTO PUEDE" -ya digo que mi memoria falla muy a menudo- y cuando estuvimos a unos quinientos metros de la playa y empezaba a marearme con el vaivén, a su señal todos lanzamos al unísono por la borda la ocurrencia del terapeuta, argentino por más señas, como "un símbolo para desterrar de nuestra cabeza la sensación de no atrevernos a decir las cosas que sentimos en el momento que las sentimos y a quien nos hace sentirlas", o algo así.

Yo, que sólo navego por internet, me sentí indispuesto al instante y arrojé el vidrio sin mirar lo más lejos que pude. Alguien señaló que mi mensaje era el único que no se había hundido de los seis. Entonces me acordé del detalle: los demás, siguiendo las instrucciones de Diego Armando -sí, su padre era forofo de Maradona- habían rellenado con arena la botella hasta la mitad para evitar la remotísima, pero no improbable como se demuestra ahora, casualidad de que el envío pudiese llegar a su destinatario algún tiempo después.

Tras un "¡mamá, te llamo luego!", mi mujer se dispuso a escuchar la historia que acabo de contar al completo y, tras oírla, sentenció al final con un: "Hijo mío, mira que puedes llegar a ser idiota. Imagino que si lo hicieras aposta no te saldría tan bien".

Acabo de telefonear a Diego Armando para formalizar la matrícula de "MI MUJER NO ME COMPRENDE", aunque creo que lo primero que voy a hacer, antes de empezar, es volcar la tierra de alguna maceta en la botella que acabo de apurar, por si acaso la terapia es parecida.

Imagen: Pablo Picasso. "La lección"