"La princesa incomprendida" de María Lucas Escritora

27.10.2020

Hubo una vez una princesa que gozaba de todas las características visibles y deseables en una princesa de... aquellos cuentos que ya no se cuentan. Ella existió en uno de aquellos reinos que... no existieron nunca. No seguía los cánones establecidos en lo que a princesas de cuentos respectaba...

Tenía una capacidad de palabra y una cultura que la hacía destacar y como reina sería un portento, pero ella rechazaba a todos los príncipes anclada en sus lecturas y en sus ansias de saber. Los reyes respetaban su decisión, pero... no la entendían. El entretenimiento favorito de su hija, después de leer y aprender, era irse a hablar con el sabio del reino. Al rey le desconcertaba ese comportamiento. Celebraba las ansias de su hija por aprender, pero no entendía esas visitas tan frecuentes. Él, como todo sabio, era un hombre curtido y entrado en años. A ella le gustaba escucharle y pasar horas en su compañía sin importarle su edad. Hablaban de libros y... de temas que él sabía y ella no. Le fascinaba su compañía. Recordaba cada palabra y a solas las reproducía en su mente. Estudiaba, se preparaba y hacía todas las funciones propias de princesa, pero siempre esperando el momento de reencontrarse con el sabio al que día a día solo veía como lo que ella quería. Cada día le gustaba más, y... no solo por sus palabras o..., mejor dicho, a causa de ellas. Sus padres empezaron a preocuparse; aquello parecía una enfermedad de alegría... pero, enfermedad, al fin y al cabo. La princesa ya no atendía a razones; no obstante, su comportamiento había mejorado. No podían prohibirle por ello nada y su elección siempre era la misma: visitar al sabio del bosque. Él no la veía como princesa sino como una muchacha ávida por aprender. También gozaba de su compañía hasta que... por todo el reino, tanto por el bosque como por la aldea, se extendió un mal, llamado virus, que obligó a los habitantes a recluirse en sus casas durante un tiempo indefinido hasta que otro tipo de sabios, llamados sanitarios, lograran eliminar el mal extendido y que se contagiaba con tanta facilidad.

Cuando la princesa se enteró sintió una punzada en su corazón. ¿Significaba aquello que ya no iba a poder visitar a su amigo el sabio? Y durante cuánto tiempo tendría que cumplir ese castigo se preguntaba aislada en su cuarto. En el palacio seguiría haciendo sus quehaceres, estudiando y siendo servicial pero... con él en su mente y..., quizá, en alguna otra parte de su cuerpo que por su juventud no conseguía reconocer. Era duro no saber nada de él. Todo el mundo tenía que estar confinado en sus casas o... en el palacio en el caso de la familia real. Cuando aquellos días infernales pasaran buscaría de nuevo al sabio para escucharle, a perderse en su mirada y a no pedirle nada que él no quisiera darle más que su compañía, más que sus palabras, más que su mirada, más que su sabiduría...

El sabio sí era sabio, pero sin barba larga y blanca ni anciano como los de... otros cuentos y en esos días en los que ella lo visitaba y le escuchaba embelesada también sentía algo confuso e inexplicable por ella, que era la princesa, tan joven, tan bella y tan inaccesible para él, que no era más que el sabio del reino. Sabía mucho, pero... ella, ella era la princesa, la princesa destinada a juntarse a un apuesto príncipe con el que llegaría a ser reina. El sabio creía estar volviéndose loco y más en esos días solitarios de encierro. La echaba de menos y se conformaba con su recuerdo hasta que esos días pasasen y se reencontrasen aunque... sin muchas más palabras que las que sus miradas dijesen. Quizá las circunstancias adversas de ser ella princesa y él un sabio les impidieran llegar más allá de lo permitido pero... los dos sabían que algún día, en alguna parte, escondidos, la princesa y el sabio unirían y mezclarían su belleza y sabiduría. Quizá aquello duraría poco, pero... se quedaría en alguna parte escondido y protegido en su memoria... para siempre...