"La prima Beatriz" de Paulina Sánchez Garzón

08.11.2020

Pisábamos las hojas para oírnos hablar con su crujido de fondo como cuando paseábamos por el pinar del pueblo en vacaciones. Era una forma de evocar aquellos veranos de mi niñez. Estas hojas eran menos mullidas que las agujas de los pinos, y aunque la residencia estaba en la calle Pinar, los árboles del jardín eran plátanos y alguna albicia, de flores rosadas en verano pero desnudos en el otoño de 2019.

Me marchaba la semana siguiente a Alemania para vivir allí, suponía que por mucho tiempo, y había querido pasar a despedirme en persona de Beatriz, la prima de mi madre. Diez años mayor que ella, era como una segunda madre para mí.

- Buenas tardes. Quería ver a Beatriz Morelo -me identifiqué en la recepción de la residencia.

- Espere en esa salita, que en seguida la avisamos.

A los pocos minutos la vi llegar por el pasillo. Sonriente al reconocerme y saludándome con la mano. Era un octubre templado y nos animamos a salir al jardín y a sentarnos en un banco bajo los rayos de sol.

- Me alegro mucho de que hayas venido. Tengo que contarte un secreto que me atormenta y tengo que hacerlo antes de que se me olvide como otras veces.

- Tranquila, Beatriz -susurré mientras le cogía la mano-. No pasa nada aunque se te olvide.

- Quita -dijo al tiempo que retiraba la mano-, es muy importante. No puedes irte sin saberlo. Tal vez sea mi última oportunidad.

- Te escucho -respondí pacientemente.

- No fue un accidente. Yo maté a tu madre.

- Beatriz, ¿qué estás diciendo?

- No me interrumpas. Era verano y estábamos en la casa del pueblo. En la habitación de tus padres en la planta alta.

Un fogonazo que solo yo percibí me hizo ver el balcón abierto de par en par por el que entraba el perfume de azahar de los naranjos de la plaza.

La cama matrimonial reflejada en el espejo del armario y a mi madre dando una última mirada a su aspecto antes de bajar para ir a misa los domingos.

- Se lo dije de sopetón. Que tu padre y yo estábamos enamorados y pensábamos marcharnos juntos. Tu madre no me creyó, me dijo que me lo estaba inventando, me apartó y salió de la habitación. Yo la seguí pidiéndole que me escuchara y al ver que no se detenía y que empezaba a bajar, la alcancé y de un empujón la tiré escaleras abajo.

- Pero Beatriz, eso sería un accidente.
- No, no. Yo la tiré. Tienes que perdonarme. Prométemelo, no quiero morirme con ese peso en mi conciencia -me dijo con lágrimas en la cara mientras me agarraba del brazo con fuerza.

- Te lo prometo.

Cuando Beatriz se tranquilizó, entramos en el edificio y nos despedimos con un fuerte abrazo.

Ya en la calle, respiré profundamente. Era una suerte que mi madre no me hubiese acompañado, se habría sentido muy triste.

Imagen: Pintura de André Lundquist) https://andrelundquist.wordpress.com