"La pérdida y el deseo" de Elena Villamandos González

08.12.2020

Cada noche caigo inconsciente a tu lado y tus largos y delicados brazos se afanan en rodear mi cuerpo. En esos momentos te siento más real que nunca. Más real que antes, cuando llegaba de madrugada, borracho a la casa, y no eran tus brazos sino tus lágrimas las que sentía humedecer lenta y silenciosamente mi espalda; intentabas dejarlo, me decías, pero te dolía, yo no estaba, me decías, ¡ausente!, me decías. Y sí, no te digo que no, que acaso te perdí una vez, hace algún tiempo. Sí, acaso, para variar, podríamos ponernos de acuerdo y asumir que aquel día que te fuiste, al fin dando un portazo, ya no regresaste más. Pero es que me niego a creer que esto sucedió. Ya ves, nuevamente no podremos ceder posiciones y menos aún sobre este punto. Y como veo que, de verdad empezaremos a discutir, te digo que prefiero volver a escabullirme. Sí, así de previsible soy, ya ves, repitiendo todo aquello que siempre me reprochaste: huir de vuelta a las barras de los bares, suplantar el silencio de tus exigencias, jeringa en mano, todo tu cuerpo tiembla, hay que ir a por más, ¡vete a por más!, ¡vete a por más!, ¡pues saca el dinero de dónde demonios sea!, por este ron que escuece mi garganta. Sí, escuece, pero al menos sé dónde, puedo localizar exactamente el lugar, el modo y el hasta cuándo y cuánto, no como aquella mierda tuya. Y beber, beber hasta quedar exhausto, hasta perder la memoria para luego regresar a nuestra habitación, meterme bajo las sábanas, abrir los ojos y esperar a que todo esto me ayude a recobrarte. Alzar los dedos entonces hacia la mortecina luz que tantas veces iluminó nuestras caricias y dibujar tu cuerpo, largo, desnudo, entregado al placer de los dioses y entonces tú, tú, tú. Así de sencillo es, ya ves, olvidar que ya no estás, que jamás te di aquella bofetada y que nunca pegaste aquel portazo. Así de simple, sí, dormirme entre tus brazos, sentir tus pechos desnudos respirando fatigosamente al compás de mi espalda, abrazar tus hombros, tu cuello, tu nuca, toda la extensión de tus muslos, tus caderas, tu vientre que no reventó por mi culpa, y saber que aquello no fue cierto, que al fin no llegaste, en absoluto, a lanzarte desde la ventana de aquella cutre habitación del hotel Carter, calle cuarenta y tres, hace dos semanas, exactamente dos semanas hace, ya.

Imagen: "Pareja en la cama ". Gustav Klint