"La pérdida" de Pablo Francisco Rojas

16.10.2021

Vacío. Estaba parado en medio de la nada. Parecía flotar sobre una superficie blanca. Me balanceaba de forma suave pero sin control. Era como si mi nervio vestibular sufriera de alguna deficiencia. No había nada más alrededor.

Creí que era objeto de una mala broma. Grité con todas mis fuerzas sabiendo que alguien me escucharía. Eso fue lo que me conmocionó. Silencio. No escuche mi propio grito. Algo andaba mal, muy mal.

Pensé de inmediato que estaba en medio de una ilusión, que para salir de ella debía aferrarme a algo conocido por mí. Comencé a buscarla. No estaba. Su ausencia no solo me inquietó sino que me mostró la cruda realidad: faltando ella perdía lo último que revelaba mi existencia, quedando completamente solo.

Comencé a sudar. Mis manos temblaban mientras mis ojos continuaban su búsqueda.

- ¡No puede ser! ¿Dónde se habrá ido? ¿Por qué no la encuentro? ¿Cómo es posible que no este a mi lado?

Las preguntas se encimaban unas con otras pero no encontraban una lógica respuesta.

Aprecié mi corazón agitado, latiendo al galope tratando de no abandonarme. Sentí en mis venas correr un torrente desesperado pujando por manifestarse. Una sensación fría recorrió la columna vertebral. No tenía capacidad para estructurar el pensamiento. El miedo comenzó su invasión a través de sensaciones inexplicables.

No quería comprender lo que ante su carencia presentía, puesto que caería en desesperación.

¿Dónde estaba? Nunca hasta el momento me había abandonado, o por lo menos era lo que la razón me había mostrado. Estuvo allí, en las buenas y las malas. Siempre fiel, siempre compañera, y por qué no, cómplice.

Juntos compartimos momentos inolvidables, solo nosotros dos. Me acompaño sin palabras en el claro oscuro de mis días.

Yo la conocía. Era por deducción solo mía, a pesar de que los siglos se cubrieran con su manto. Sabía que cada ser vivo e inanimado podía decir asimismo que poseía una similar o parecida, por ello nadie tendría motivos para quitármela.

Todos tendrían una mientras el sol alumbrara. Aunque la noche fuera su enemiga, la claridad de la luna la mantenía con vida. Incluso el olvido competía con lo imposible por poseerla, aunque solo fueran las palabras quienes le otorgaban su compañía. En el presente estaba en apogeo, pero en forma continua la mencionaban junto al pasado. La luz jugueteaba con ella creando infinidad de formas, a la vez que con ella competía. Todos en algún momento la ligaban con el pesar, como los poetas en sus versos tristes.

Dudas cubiertas de abatimiento llegaban cual lava sin control.

Pero a pesar de conocerla tan bien... no lograba encontrarla.

Comprendí entonces que no estaba puesto que no tenía un motivo su existencia misma. Porque sencillamente había llegado el fin de la mía. La simpleza de este hecho hizo trizas nuevas esperanzas, tejiendo un nudo en mi garganta que ahogo un nuevo grito: el de un muerto.

- ¡Rayos! -exclamé solo por haber dejado puertas que hubiera tenido que cerrar.

Recordé que la Señora Negra llegaba sin anunciarse, como también que las mencionaban juntas y a ella pertenecía.

Soledad. Ausencia de todo en el extremo al que no quería llegar.

Me cubrí el rostro con las manos en el momento que comenzaba a llorar. La angustia que clamaba por expresarse arrasó en un torrente de lágrimas, las mismas chorreaban por mis mejillas humedeciendo todo a su paso...

¡Mojado! Cuando solo encontré oscuridad, mi desesperación alocada por reflejo busco el interruptor de la luz.

Tardé jadeando un largo tiempo en recuperarme. ¡Fue tan real!

Nunca me había dado cuenta de lo mucho que me importaba. De lo valioso que era. Estaba casi cegado pero la frenética búsqueda terminaba. Por fin se manifestaba.

Sentí un deseo enorme de lograr lo imposible con abrazarla, pero me conforme solo con su silenciosa presencia.

Mi maravillosa y perfecta sombra estaba conmigo otra vez.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)