"La oropéndola" de Antonio Peral León

05.09.2021

El horno ya estaba encendido y la masa, ya moldeada, esperaba en una artesa tapada con trapo de lino.

Siete panes morenos salieron del horno. Ella los cogió y los metió en un macuto. También puso algo de tocino, queso y cebada tostada.

El macuto lo metió en un cesto de mimbre que usaba para la ropa. Dejó éste en el suelo y puso encima unas sábanas y algo de ropa sucia. También puso un trocito de jabón.

Se dirigió hacia el dormitorio, cogió al bebé y lo amamantó, tras lo cual, éste se quedó dormido.

Cogió el cesto, salió de casa, cerró la puerta e inició el camino hacia el arroyo.

Ya estaba amanecido cuando llegó. Sacó la ropa del cesto, dejando alguna por encima. Estaba esperando algo, pero no sucedía.

Un momento después escuchó el canto de la oropéndola y dijo:

- Ya está ahí mi amor.

Cruzó al otro lado del arroyo y se abrazó y besó con un hombre, después hicieron el amor. Ese hombre era su marido, el cual se había echado al monte por la represión franquista tras el golpe de estado del 36.

El guerrillero cogió el macuto y subió arroyo arriba escondiéndose entre la vegetación hasta llegar al monte.

Ninguno de los dos se había percatado de que unos ojos vigilantes habían visto todo lo sucedido.
Ella se puso a lavar la ropa.

Aún le quedaba algo por lavar cuando se acercó un hombre a caballo. Éste bajó del caballo y se acercó hasta ella, intentó agarrarla, besarla y tocarla, pero ella se zafó de él con un empujón. El caballo se asustó y el tipo intentó cogerlo. En ese descuido ella cogió la ropa y el cesto y salió precipitada hasta esconderse en unos pajares aledaños al pueblo.

Pasado un rato volvió a casa, cerró la puerta y fue a ver al bebé, que dormía plácidamente.

La semana siguiente, el mismo día de la semana, la misma operación. El horno, el pan, algo de tocino, un poco de sal, amamantar al bebé, la ropa encima del cesto, salir, cerrar la puerta y coger el camino hacia el arroyo.

Ese día esperó, pero su amor no apareció. Los que sí aparecieron fueron una docena de guardias civiles y el tipo del caballo. Éste había dado el chivatazo de lo ocurrido la semana anterior.

La Guardia Civil registró el cesto y encontró lo que había en el interior.

La llevaron presa.

El guerrillero ese día estaba por la zona más temprano de lo normal y desde lejos había sentido mucho movimiento por el arroyo. Optó por no salir y quedarse oculto, observando, viéndolo todo, sin poder hacer nada por su amada.

Tras interrogarla, raparle el pelo, pegarle y vejarla, le dieron aceite de ricino y la pasearon por el pueblo semidesnuda, haciéndose sus necesidades encima.

Después de una semana en el calabozo la dejaron libre. El bebé estaba en casa de su madre. Fue a buscarlo y se marcharon a casa.

Pasó algún tiempo y todo volvió a la normalidad.

Una mañana fue al arroyo a lavar la ropa. Esta vez, en el cesto no llevaba nada más que ropa y un trozo de jabón.

Tras lavar todo, tendió la ropa sobre la hierba para secarla. Oyó acercarse un jinete, era el "chivato", el tipo que siempre había estado enamorado de ella y nunca fue correspondido.

Él bajó del caballo, se acercó a ella y la besó. Ella no hizo nada, solo lo cogió de la mano y lo llevó al otro lado del arroyo, mientras se oía el canto de "la oropéndola".

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)