"La mujer que olvida" de Valentín García Valledor

31.08.2022

Cada tarde soleada está ahí, en su pequeño balcón, con la mirada clavada en la avenida que discurre cerca de casa. Su avanzada edad y una castigada cadera ya no le permiten pasear, pero, tras las gafas, sus ojos son lucecitas que se iluminan viendo el ir y venir de la gente.

A veces alguien la saluda por su nombre desde abajo y ella, sorprendida, le corresponde moviendo la mano. Luego me pregunta: "¿Quién era?". Al final, tanto la fugaz consulta como la pronta respuesta, se quedan en mera anécdota, porque ambas se le olvidan al instante.

Es en estas ocasiones, aunque suene fuerte, cuando creo que su salud mental es una bendición en tanto que le impide entender la triste realidad y le ayuda a vivir en un mundo de emociones familiares antiguas más amable.

Por eso, al llegar la pandemia y ponerse en marcha el confinamiento, se extrañó al ver a tan poca gente en la calle y preguntó: "¿Qué pasa?". Entonces, claro, aunque le confesé la cruda y compleja verdad, se mostró algo perpleja al principio, para despreocuparse rápidamente después.

Desde ese día regresó la misma pregunta una y otra vez, obteniendo la misma respuesta o similar durante algún tiempo. Sin embargo, al alargarse el estado de alarma sanitaria, sentí la honda necesidad de ir modificando las respuestas a su insistente pregunta con excusas variopintas.

Y de ese modo eché mano de las celebraciones en la plaza pública, de los festejos en otros barrios, de los mercadillos en las afueras, de los torneos en el polideportivo, de las romerías en las pedanías, de las salidas a la playa o a la montaña, y de un largo listado de posibilidades libres y saludables, como explicación plausible a la escasez de gente que ella vislumbraba desde su tranquila atalaya visual.

Ahora, pasado el peligro, mientras la vuelvo a ver devolviendo saludos en la distancia, presiento que si fui capaz de sobrevivir a semejante drama fue, en buena parte, gracias a los ensueños existenciales felizmente improvisados en aquellas inacabables jornadas de miedo y de ansiedad.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)