"La luz del sendero" de Tomás García Rodríguez

13.10.2021

La Sierra de Aracena en Huelva está surcada de insondables caminos que enlazan distintas localidades de este gran Parque Natural por antiguas veredas. Uno de ellos, al que le guardo especial cariño, es el que parte de Higuera de la Sierra y puede culminar en Zufre, a través de paisajes naturales sin degradar y con sentimientos propios acumulados a lo largo de muchos años de marchar por estos parajes con sol, frío, agua o nieve. En esta ruta, uno de sus tramos más hermosos y sugestivos es el que transcurre por el "Camino de las Tobas", donde existe una pequeña gruta natural que, en épocas de lluvias, suele inundarse de aguas filtradas a través de las rocas de toba calcárea, bañando una humilde figura de la Virgen de Lourdes. He pasado mil veces por estos lugares, pero, cada vez que los transito, me asaltan distintos sentimientos y recuerdos de momentos felices, de días tristes, de familiares ausentes, de sueños perdidos, de añoranzas... Mucha vida plena en un sendero recorrido habitualmente en soledad compartida, que es como deseo andar la áspera y gratificante senda que nos acerca a nosotros mismos y a los demás. Pateando lo sabido, pisando donde siempre, aunque mirando y sintiendo distinto en cada día que pasa. Nunca me cansaré de regresar a la añosa tierra que me ha llevado a muchas partes y me guiará aún a otras que habré de explorar y descubrir.
He vuelto a visitar, después de meses de imposibilidad, las veredas, las callejas y los prados de estas levíticas regiones que conectan y alimentan los inmortales corazones de poblaciones con mucha historia en sus entrañas. He oído nuevamente el canto de los pájaros en su medio natural, sin estridencias, y el tranquilo discurrir de las aguas en pilones y barrancos; he disfrutado de la visión de hermosas flores y recios árboles, así como del sentimiento placentero de fantásticos monumentos naturales, casonas, establos, huertas o antiguas iglesias; he saboreado el tibio perfume singular y embriagador de una naturaleza virgen, verdadera, subyugante; he acariciado plantas y paredes de piedras centenarias tapizadas con líquenes iridiscentes que guardan cercados o fincas; he abrazado viejas cortezas rugosas de venerables árboles, y he vuelto a degustar y disfrutar de las ancestrales ofertas gastronómicas de estas comarcas, incluidas sus atávicas setas: tanas, tentullos, josefitas, gallipiernas, gurumelos, chantarelas...

Estos paraísos de Sierra Morena han sido modelados a conciencia a base de luz, de agua, de profundas fuerzas telúricas y de las manos incansables del ser humano. El campo es vida, rejuvenece al simple contacto con sus aires puros; nos atrae sin alardes, con paciencia, con sus reclamos invisibles y su humildad de siglos, con los ojos vigilantes de la pureza de su esencia. No perdamos su enseñanza, recuperémosla para siempre andando por unos montes que nos llevarán de nuevo a la matriz de las cosas, a nuestro íntimo ser, a la divinidad, y a vislumbrar los recónditos secretos de aquellas fuertes raíces a las que necesitamos asirnos para seguir el mágico sendero hacia la verdad y la luz eterna...

Como sentía Juan Ramón Jiménez, embebido hasta el alma en su entorno campestre: "La soledad era eterna / y el silencio inacabable. / Me detuve como un árbol/ y oí hablar a los árboles... / Los árboles se olvidaron / de mi forma de hombre errante. /... / Y ya muy tarde, muy tarde, / oí hablarme a los árboles".

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)