"La gota que colma el vaso", de Domingo Alberto Martínez Martín

24.05.2019

- Mira, Laia, es que no sé qué hacer. Me acuerdo al principio, cuando íbamos al monte los fines de semana, a Collserola, al Tibidabo, qué manera de correr entre los árboles, qué energía, trepando por los senderos que picaban hacia lo alto. Era para verlo, él siempre el primero, abriendo camino. Y ahora, ya ves. Se pasa el día durmiendo en el sofá, parece un trapo viejo, o en una butaca pegada al radiador. No puedo llevarlo a ninguna parte. Si lo saco a pasear por la playa, a los cinco minutos da pena verlo, con la lengua fuera y los ojos llenos de lágrimas, que casi tengo que traérmelo en brazos. -Junta las manos con vehemencia, las separa, las agita como si estuviera espantando una mosca-. Y mejor no hablar de irnos de casa y que se quede él solo. Si salimos tres días, ya estamos llamando a tu tía para que se acerque a echarle un vistazo, a comprobar que todo está bien, que tiene comida. Y esto, lo último, collons!. Esto ya, mira, Laia, esto ya es la gota que colma el vaso. Vas por el pasillo y pisas un charco, y a fregar otra vez, a limpiarlo todo, o de repente se ahoga, empieza a toser y vomita en la alfombra, o en la colcha de la cama, y venga a poner lavadoras. De un tiempo a esta parte todo son preocupaciones. Hay que ir detrás de él continuamente. Se mea en la entrada, en cualquier parte, o deja por ahí escondida alguna sorpresa, como el día que se hizo sus cosas debajo de la mesa, y ¡puf!, ¡cómo olía!, cuando estuvieron aquí el Quim y la Maite, quina vergonya! Y así todos los días. Cuando no se asfixia, te despierta aullando a las tantas de la madrugada.

»Yo es que no puedo más, Laia. ¿Qué quieres que haga? Esto a mí me supera. Mira, le damos la pastilla y que descanse, el pobre. Es lo mejor para todos, lo más humano... O lo llevamos al campo, lejos, como si nos fuéramos de excursión, al Montseny, a la Garrocha, y lo dejamos a sus anchas, que corra si quiere, o que se tumbe a la bartola. Lo dejamos en libertad, él solo, y que sea lo que Dios quiera.

Hay un silencio.

- Caray, Oriol... - Laia traga saliva. No sabe muy bien qué decir-. Que no és un gos, el senyor Nicolau, que és el teu pare.

Oriol se enciende un cigarrillo, el tercero en poco tiempo.

- Entonces, ¿qué? Mejor lo llevamos al campo, ¿no?