"La entrevista" de Alexis López Vidal

24.08.2022

La periodista, ducha en aquellas lides y acostumbrada a un tira y afloja con el entrevistado, se sorprendió del grado de sinceridad descarnada y brutal. En un par de ocasiones, sin que él se lo pidiera, ella detuvo la grabadora y mantuvo en el mutismo de lo ignorado las alusiones a algunas circunstancias, demasiado personales, que aportaban poco al asunto que los había reunido aunque, por contra, evidenciaban el carácter íntimo que había adquirido la conversación. Cuando acabaron las preguntas, ella sugirió, con naturalidad, que tomaran una copa. Refirió un bar cercano, con poca clientela, donde pasarían desapercibidos. Él titubeó, sopesando las repercusiones de ser visto en público. Le pareció razonable conceder una única entrevista, a un medio de tirada nacional y contrastada credibilidad, para después, con la alharaca de los titulares copando la portada y animando las conversaciones de barra de bar, escabullirse a un lugar más tranquilo en el sur del país y dejar que el tiempo o el tedio descabalgaran su nombre del interés común. Si bien, consciente de haber hablado sin tapujos, desvestido de la mortificación del silencio cascabeleando en su cabeza, se sentía un poco más libre y dispuesto a acompañar a la mujer. Accedió y juntos enfilaron una avenida larga y apenas transitada, a pesar del ocaso impaciente, escoltada por plátanos de sombra desde cuyas copas llegaban gorjeos y un rumor de aves trajinando entre las ramas. Él se detuvo y observó el follaje en silencio. Ella le imitó. Posiblemente, percibieran cosas distintas.

- Una mañana, mi padre tapó todos los espejos de la casa y retiró las fotografías que dormitaban sobre la repisa de la chimenea y en la mesita de té. Nunca aparecieron tras su muerte, así que es probable que se deshiciera de ellas o las quemara -dijo él.

Un pájaro emprendió el vuelo y se perdió tras las azoteas. Antes de que ella dijera nada, el hombre siguió hablando:

- Nos parecíamos, ¿sabes? Como dos gotas de agua. De tal palo, tal astilla y todas esas cosas. Quiso borrar el rastro de nuestro parentesco; con el tiempo, quizás, hacer desaparecer de su memoria la exactitud de su aspecto y así, sin recordar el hombre que fue, creer en la ilusión de ser dos desconocidos que moraban en la misma casa. Como esos pájaros, posados en la misma rama.

- Es horrible -musitó ella.

Él se encogió de hombros.

- A sus ojos, yo representaba un sosias imperfecto. Como un insecto empecinado en portar una máscara de su efigie. Se veía incapaz de obviar esa idea y a la criatura tras la careta. Me hacía sentir como una cucaracha sin decir una palabra.

Ella se giró para mirarle y advirtió su perfil silueteándose contra el cielo, que se teñía de un púrpura sutil.

- Hemos hablado de tanto y, sin embargo, no habías mencionado a tu padre hasta ahora. Lo entiendo -dijo ella -. Se alejó de ti y, de alguna manera, tú acabaste por alejarte de ti mismo.

A la mujer, la idea del bar dejó de parecerle apropiada. En su lugar, hubiera preferido averiguar las señas del artesano del mundo para recriminarle su indolencia en el trabajo; puede que organizar un escrache junto a su puerta.

Al hombre, más taciturno que antes, le parecía que la tarde se urgía por derramar su momento.

- No tienes por qué hacerlo. Puedes desdecirte y anular la publicación de la entrevista. Mi jefe no lo entenderá, pero eso es porque es un imbécil. Puedo ocuparme de sus berrinches de niño malcriado -añadió la mujer. Sugerir aquello le resultaba más sencillo que abundar en la idea de un mundo inaceptablemente injusto y en hacerle saber que, ella misma, advertía esa injusticia en cada minúscula partícula en suspensión.

El hombre sonrió, durante un instante, tan breve como la tarde exangüe de luz.

- Publica la entrevista -atajó él y, con las manos metidas en los bolsillos, asiéndose a sí mismo para no caer por el borde de ese mundo injusto de espejos cubiertos por sábanas, se excusó y optó por marcharse.

Ella permaneció quieta, absorta en el rumor de aves ocultas y de estrellas despuntando sobre su cabeza.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)