"La consulta del dentista" de Esmeralda Egea Rabinad

17.10.2021

Tenía que llevar a mi hijo pequeño a la consulta del dentista. Era una mañana de agosto calurosa y pesada. Juanito estaba insoportable aquel día; llevaba despierto desde antes de las siete y yo no me dormí por lo menos hasta las tres de la madrugada.

Quedaba por lo menos una hora para la cita que teníamos con el doctor, y con una sonrisa impostada-de lo único que tenía ganas era de tumbarme en la cama-, le dije a Juanito que antes de acudir al dentista, pasaríamos un rato antes por el parque; que seguro habría algún amiguito suyo con el que poder jugar antes de ir a que le vieran los dientes.

En el parque no había nadie y, además pegaba todo el sol encima de los toboganes oxidados. Juanito comenzó a quejarse antes de que yo pudiera sentarme en un banco a tomar un poco de aquel sol amarillo que resplandecía sin piedad alguna. Le dije que se sentara en la sombra, y le ofrecí un trozo de torta con chocolate.

Mientras Juanito alimentaba su gula, yo prendí un cigarro a la vez que leía una revista del corazón -me maldije no haber llevado una tableta entera de chocolate con unos cuantos bollos de más, ya que en cuanto se terminó el almuerzo, Juan comenzó de nuevo a quejarse con pequeños aullidos de gato abandonado-.
Quedaba todavía un rato para acudir a la consulta, pero decidí que iríamos antes de la hora concertada. La verdad, era que en el parque hacía una calor asfixiante y, con total seguridad, en la consulta se estaría más fresco gracias al aire acondicionado. Solo cuando atravesamos el umbral de la puerta principal de aquel dentista, me acordé de que me advirtieron que debía de llevar a mi hijo con los dientes completamente limpios. Paré en seco mis pasos y sin previo aviso agarré la cabeza de Juanito para abrirle la boca; como me temía, ahí solo había restos de chocolate con torta. Cogí un trozo de mi pañuelo ensalivado previamente, y me puse a frotar sus dientes con fuerza. No conseguí limpiarlos, lo único que obtuve fue producirle a Juanito una arcada.

Nos hicieron pasar a los cinco minutos de haber llegado, y el dentista-hombre de edad indescifrable-, me miró y me dijo que al niño lo tenía que haber llevado a la consulta con la boca limpia.

- No es mi hijo, es el hijo de mi vecina que me ha pedido que lo llevara a la consulta, porque se encontraba indispuesta.

Eso le respondí a aquel doctor de bata blanca, mientras cogía de mi bolso la revista del corazón, y miraba de reojo a Juanito, que a su vez el lo hacía con los ojos abiertos de par en par, pero que no pudo decir nada porque su boca se encontraba abierta por un aparatejo que no había visto en mi vida. Solo cuando la consulta acabó, y el médico de edad indescifrable me devolvió a mi no hijo, me di cuenta de que había estado leyendo la revista del corazón del revés.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)