"La casa del lago" de María Balbina López Caballero

01.03.2021

─ ¡Quiero el divorcio! ─

Fueron las primeras palabras que escuché esa mañana de labios de mi marido.

Ni siquiera me sorprendió, nuestra historia de amor fue efímera, se marchitó secretamente dejando un sentimiento deshabitado y un corazón fracturado.

Torné hacia mi habitación y me senté frente al ordenador.

Me hallaba en plena escritura de una novela pero mis musas se habían ausentado, albergando meros bosquejos, desgarraduras, relatos sin armonizar.

Me encontraba en una etapa complicada de mi vida, necesitaba desconectar, necesitaba encontrarme a mí misma.

Impulsada por mi intuición determiné alquilar una coqueta casa junto a un precioso lago.

Me alejé con una sonrisa en los labios y el equipaje repleto de libertad, de sueños no cumplidos, mientras observaba desde el retrovisor desvanecerse mi pasado.

La tarde, se debatía junto a las primeras sombras satinadas de la noche en aquel pequeño y pintoresco pueblo de calles empedradas y hermosas casas de entramados de piedra y de madera, bordeadas por un precioso lago, situado junto a un valle teñido por una magnifica paleta de diversos matices ocres, tapizado por una alfombra de hojarascas de tonos dorado, creando un ambiente propio de un cuento de los hermanos Grimm.

Me instalé en una íntima y acogedora casa de madera, muy cuidada y apartada del mundo.

Llamó mi atención, un precioso jarrón de cristal, unas rosas blancas reposaban inundando la estancia con su suave y meloso perfume.

Encendí el fuego de la chimenea, observando la perfecta coreografía de los lamidos incandescentes de la lumbre en torno a los troncos y el aletargante sonido del crepitar de unos viejos leños secos.

Saboreo un delicioso café, mientras pongo toda mi atención en la mágica voz de Frank Sinatra que sonaba por la radio, me relajé hasta quedarme completamente dormida.

Los primeros rayos de sol se colaron tímidamente por las rendijas de la ventana y se esparcieron intangibles sobre los pies de mi cama creando un bonito juego de luces.

Abrí la puerta dispuesta a disfrutar de un paseo matutino y la luz del sol mitigó la oscuridad que allí se había instalado.

Caminé por un sendero que serpenteaba al abrigo de un frondoso bosque; hasta hallar unas angostas callejuelas.

Me sumergí en la magia de aquel pequeño pueblo, al más puro estilo de los cuentos de los hermanos Grimm.

Un batiburrillo de aromas inundaba una de las pequeñas callejuelas y el olor a café prevalecía en el aire,

Entré en aquella cafetería, cuyas ornamentaciones hicieron evocarme al clásico café español, donde el arte y los sentimientos se aúnan en el ambiente.

Sus paredes se encontraban revestidas de fotografías de cantaoras de la copla, en cada una de aquellas imágenes prevalecía una joven de aspecto risueño, de cabello trigueño en el cual prendía una rosa blanca.

Me embriagó aquel meloso perfume a rosas, que presidía aquella estancia.

Buenos días, ¿desea tomar algo?─

Me preguntaba el camarero, un hombre que frisaba los 60 años.

─Sí, un café con leche, por favor contesté.

─Eres Lucía, ¿verdad?─ Me preguntó, amablemente.

─Sí, ¿me conoce?─Pregunté sorprendida.

El hombre sonrió mostrando una dentadura nívea.

─Me llamo Javier, no suelen venir muchos forasteros por aquí ─

Dijo riéndose.

─Conversé con usted por teléfono ─

─Encantada Javier ─