"La bestia" de Dan Mandora

20.10.2020

«¿Alguna vez la niebla fue tan densa?», pensó mientras sostenía una taza de café con su mano izquierda, en bata y pantuflas sobre la acera de una casa que no lograba reconocer.

En la escena aparecía él, con una taza, la espalda encorvada y un fondo blanco, como si viviera en el lienzo grisáceo de un artista confundido. Los ojos pesados delataban las 07:32 de una mañana de domingo sin vecinos, sin perros en las calles, solo la niebla y un hombre, con su taza de café humeante.

Una voz en su cabeza repetía una y otra vez: «No lo entiendo».

Llevaba ya poco más de una hora parado allí. Parecía una estatua con el entrecejo fruncido y los labios contraídos, tratando de recordar esa casa, esas cortinas verde musgo, con acabados rojos que tenían aspecto de ser muy finas y antiguas. Las tejas en el techo eran negras, la puerta de roble tallado a mano le parecía un detalle exquisito, aunque pretencioso.

«¿Por qué el césped es tan verde?», pensó. «El invierno es frío, y cruel con la vegetación, el césped no debería verse así».

Titubeó un instante.

- ¿Por qué me siento tan mal? -Dijo en voz baja y con el rostro helado.

Dentro de las pantuflas de piel sintética los dedos, ya inmóviles por el frío, reclamaban algo de sangre para volver a la vida, agonizando y suplicando algo de calor. Aunque recubiertos por las pantuflas de piel marrón, ellos eran infelices y temían el desamparo, se sentían solos y muertos pero con la obligación de mantenerse vivos ¿para qué?.

Dirigió la mirada al piso, con la cara todavía inexpresiva.
Estaba húmedo, pero con esfuerzo sus ojos cansados lograron hacer foco y el oscuro cemento reveló su secreto, un pequeño insecto que parecía haber perdido el rumbo y caminaba con una de sus 6 patas rotas, tenía coraza dañada y hacía un gran esfuerzo por seguir adelante.

En su camino se topó con una enorme bestia de piel marrón, opaca y fría que amenazaba al pobre insecto, imponiéndose ante su diminuta y absurda existencia.

Se quedó inmóvil, sin siquiera mover una antena.

La bestia también permanecía quieta, en silencio, pero recordándole que si hacía un mínimo movimiento podría aplastar al insecto de un soplo y con más frialdad de la que aparentaba.

Todo permanecía calmo, hasta la niebla pausó su danza con el aroma de un café apagado. La bestia contra la pequeña criatura.

«Cliché». Pensó el hombre de bata.

De repente la tensión comenzó a incrementarse cuando uno de los dos decidió dar el primer paso. Un pequeño paso se oyó en el mundo microscópico.

- ¡Pero qué osadía! -Gritó la gran bestia tomando impulso para levantar su enorme cuerpo y aplastar al asqueroso e impertinente insecto. No pudo hacerlo, tenía el corazón helado.

Se oían sirenas a lo lejos.

- Pobre de la bestia. -Susurró el hombre de la bata- Ahora tendrá que pagar por sus actos.

El canto de las sirenas se acercaba, el castigo era inminente y la bestia lo sabía, ahora era consciente de haber intentado aplastar al pequeño e inocente insecto; aunque viva, la diminuta criatura se encontraba asustada y amenazada.

Una patrulla se detenía arrastrando las ruedas, tratando de controlar la inercia.

La bestia le suplicó al insecto que la perdonara, que sus intenciones fueron malas debido a una vida difícil, pero el insecto no aceptó sus disculpas y se hizo a un lado para que el oficial pudiera proseguir con el arresto.

- ¡Manos arriba! -Gritó el oficial, sujetando firmemente un arma 9 mm de mango marrón.

Los desorientados ojos del hombre se dirigieron en cámara lenta hacia el oficial, quien lo miraba fijo apuntando con su arma.

- ¡Suelte el cuchillo y levante las manos! -insistió el uniformado.

El hombre sin comprender volteó despacio primero hacia la casa, y luego abajo.

Una mancha de sangre helada cubría su mano y goteaba a través de un cuchillo de cocina.

La taza de café fue reemplazada por un teléfono cuyo último número marcado era 911.

En el piso, un insecto yacía aplastado.