"La alfombra" de Ivette Crespo Bonet

20.09.2021

Nunca me he tropezado con ella y, en honor a la verdad, no recuerdo cómo llegó a la casa. La alfombra redonda de bordes flecados siempre ha estado allí, en medio de la sala. Sin que nadie alabe su belleza o se tome la molestia de al menos reconocer su presencia. Pero aquello que en algún momento fue urdimbre, y que hoy se despliega en el piso de mi sala, me ha resultado más fiel que muchos.

Cuando recién me mudé a la nueva casa, la soledad era asaz. Sin conocer a nadie y empezando desde cero, a falta de muebles me sentaba sobre ella. Me abrumaba la solitud y creo que hasta consoladora me absorbió algunas lágrimas. Luego, llegó algo de prosperidad junto con nuevos amigos y fue así como ella atestiguó que todo pasa, que aquello fue solo el comienzo y no debí desfallecer.

La alfombra, pobrecilla, también me acompañó en amores. Aquel conjunto de hilos colocados paralelos con sus cordones de tela retorcidos y trenzados, me escucharon hablar de amor. Fue acaso parado encima de ella que juré amar por toda la vida a una persona que ya no existe. Creo que aquel día hasta danzamos sobre ella. Recibió estoica algunas gotas del vino con el que celebrábamos y que la manchó para siempre. Sin embargo, no tardó mucho tiempo en escucharme rumiar mi pena y, no vale la pena negarlo, volvió a recibir mi llanto; esta vez quizás con resquemor.

Un día de esos que no pasa nada, le noté un descosido. Unos hilos sueltos crearon una abertura que parecía una herida. No sé nada de remiendos ni costuras pero aquello no podía quedarse así. Me tomó casi una mañana entera enhebrar la aguja y comprobé que, sin duda, más fácil entraría un rico al cielo. Elegí el hilo del color más parecido a su tono y con alma de sastre, me entregué al remiendo. Reforcé con puntadas un tanto inexactas, tanteando cuando ajustar y cuando soltar. Lo mismo que tantas veces he hecho con mi vida.

Incólume.

Siempre presente.

Viendo pasar el tiempo con temor a ser desechado una vez cumpla el propósito.

Quizás nos parecemos bastante porque a mí también me han pisado, me han ignorado y me he roto y, a pesar de ello, he seguido ahí. No importando que tenga remiendos. Tal vez sea eso lo que me hace valorarla, el saber que existe algo parecido a mí. Un objeto, que aunque inanimado, es lo más que se me asemeja.

Hoy dejaré la casa y, aunque prefiero viajar ligero, la llevaré conmigo. Necesito pensar que la compañía no solo es necesaria para quien la recibe sino también para quien la ha dado.

De salida me he tropezado con un vecino que, luego de haber husmeado, me pregunta si estoy seguro de dejar tanto abandonado.

- Solo llevaré lo importante, lo demás ya está olvidado.

Él cree que he dejado un tesoro pero yo pienso que el oro me lo he llevado.

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)